Su dios era un ser enorme, tanto, que su cabeza sobrepasaba el firmamento. Estaba desnudo. Su piel púrpura, repleta de pútridas llagas, no cubría la totalidad de su figura, gusanos alados carcomían sus entrañas causándole un eterno placer.
Él los quiso crear a su imagen y semejanza, pero fracasó.
Ellos deseaban parecerse a su dios, así que fueron por los de tez grisácea. Los desollaron para cubrirse con su piel, pero les fue imposible disfrazar sus rostros, pues era donde depositaban la amargura de su alma, tan corrosiva, que desintegraba la epidermis de los Grises. Entonces, llenos de furia y frustración les decapitaron, y su sangre formó un río al cual los arrojaron.
A partir de ese momento, los Grises se convirtieron en los preferidos del creador, pues fueron transformados a su imagen y semejanza.
Esa es la razón de que los Grises sean un pueblo triste. Pues llevan a cuestas la desdicha de parecerse al peor demonio de sus pesadillas.
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