lunes, 14 de octubre de 2013

LAS HIJAS DE FRANCISCA VÁZQUEZ

Hace mucho que no publico nada que no sea mi opinión sobre los libros que he leído. Quiero hablar de pelis nuevamente y colgar uno que otro cuento. Empiezo con un cuento dividido en cuatro partes. Espero que si alguien lo llega a leer le guste.




LAS HIJAS DE FRANCISCA VÁZQUEZ

LOURDES
Lourdes, la mayor de las hijas de Francisca Vázquez, entró llorando en la cantina de su madre.
—¿Qué pasó, Lourdes? —preguntó Francisca al tiempo que dejaba en la barra un par de envases de cerveza.
La joven era incapaz de hablar a causa del llanto. Francisca la abrazó y la hizo salir. No le agradaba que sus hijas entraran ahí y menos ella por ser la que más llamaba la atención de los hombres.

Ya en la calle, Francisca esperó a que Lourdes se calmara para que pudiera contar lo que le sucedía.
—El Chamenclas, mamá —dijo Lourdes entre sollozos—. Yo iba a la carnicería y él estaba tomando afuera de su casa. Me vio pasar  y comenzó a chistarme. Luego, cuando estuve más cerca, se puso enfrente y dijo que me iba a dejar pasar nada más si le daba un beso. Me quise cruzar al otro lado de la calle, pero no me dejó. Me agarró de los brazos, bien fuerte. Me empujó contra la pared y comenzó a besarme y después me levantó el vestido. Me soltó nada más porque uno de sus niños salió para decirle no sé qué cosa.
Lourdes abrazó a Francisca y comenzó a llorar de nuevo.
—Vete para la casa hija. ¡Ahorita me arreglo con ese hijo de la chingada!

Francisca entró en el bar, directo a la cocina. Luego llamó al chico que le ayudaba.
—Ahorita regreso —dijo ansiosa—. Te encargo el negocio. Haz bien las cuentas y no le fíes  nadie, cabrón.
—¿Ni al patrón?
—¿Cuál patrón?
—Don Pedro.
—Ese mantenido nomás es mi novio, y a él menos que a nadie me le fías —contestó Francisca a unos pasos de la entrada.

La calle estaba vacía. Francisca golpeó la puerta de la casa, tan fuerte, que las ventanas se cimbraron. Un par de minutos después la esposa del Chamenclas abrió.
—¿Qué quiere? ¿Por qué toca tan feo?
—Háblale a tu esposo —ordenó Francisca.
—¿Para qué lo quiere?
—Dile que salga o me meto a sacarlo.
—No… es que...
Francisca empujó a la mujer para entrar a la casa. El Chamenclas estaba sentado en el sillón de la sala, frente al televisor. Al ver a Francisca se puso pálido.
—¡Párate hijo de la chingada!  —gritó ella al tiempo que lo tomaba del cabello para obligarlo a levantarse.
—Váyase de aquí —pidió la esposa del Chamenclas, que se encontraba a  unos pasos de ellos.
—¡Tú no te metas! —gritó Francisca, al tiempo que metía la mano libre en el bolsillo de su delantal para sacar un picahielos.
—¡No, Panchita, no! —suplicó el Chamenclas al ver que Francisca dirigía el arma hacia su abdomen.
El Chamenclas se dejó caer en el sillón tratando de detener la sangre con las manos.
—¡Que te sirva de advertencia, pendejo! ¡La próxima vez que toques a una de mis hijas te mato! —dijo Francisca limpiando el picahielos con la orilla del delantal. Después se dio la vuelta y se dirigió a la entrada. —Con permiso, Lupita. Por cierto, acuérdate que el viernes me tienes que entregar la tanda —dijo al pasar al lado de la esposa.


ROSA
—¡Para que se te quite lo chismosa! —gritó Lourdes, sosteniendo en la mano derecha la mitad de la escoba que acababa de romper en la rodilla de su hermana, cuando ésta la amenazó con contarle a Francisca que la noche anterior la había visto salir  por la parte de atrás de la carnicería de don César.
Rosa intentó decir algo, pero Lourdes la hizo callar  dándole un par de golpes en los brazos.
—Y pobre de ti si le dices a mi mamá que te pegué, porque te dejo la otra pierna igual —sentenció Lourdes, al ver que la rodilla de Rosa se había hinchado rápidamente.

A la siguiente mañana, Rosa se puso con dificultad uno de los pocos pantalones que tenía. Al salir de la habitación, vio que Francisca se encontraba en el patio lavando la ropa. Al momento de pasar junto a su madre, Rosa intentó disimular  lo mejor que pudo el dolor que le causaba caminar
—¿Qué traes?
Francisca sujetó a Rosa del hombro.
—Nada mamá ¿Por qué pregunta? —contestó Rosa, dándose vuelta hacia su madre.
—Tú nunca te pones pantalón
—Pues… pues hoy tenía ganas.
—¿Y por qué andas cojeando? ¿Qué pasó?
—No mamá, me acabo de levantar… Es que se me durmió la pierna.
—¿Crees qué me vas a hacer pendeja? Levántate el pantalón, órale.
—Ay, amá ¿para qué?
—¡Pinche muchacha, te estoy diciendo que te lo levantes! —ordenó Francisca al tiempo que le pellizcaba el brazo del que la estaba sujetando.
Rosa lo hizo lentamente.
—¿No qué no tenías nada, cabrona? ¿Qué chingados te pasó? —preguntó Francisca al verle el golpe a Rosa.
—Nada mamá, me caí.
—¿Y por qué no me querías decir? No seas pinche mentirosa, dime la verdad. ¿Quién te hizo eso? —preguntó Francisca dándole un golpe en la cabeza.
—Nadie. Me caí, de veras —contestó Rosa comenzando a llorar.
—O me dices la verdad —Francisca caminó unos pasos hacia la pared donde se encontraba recargado un trapeador, lo levantó con ambas manos— o te dejo la otra pata igual.

ALICIA
Rosa fue la última en llegar al comedor.
—¿Por qué tan tarde? —preguntó Francisca.
—Me despertaron unos gritos y luego ya no me pude dormir.
—A lo mejor era la bruja. A mí tampoco me dejó dormir —dijo la menor de las hermanas—. Mamá, diles a Lourdes y a Rosa que me dejen quedarme en su cuarto hoy —pidió la pequeña.
—En mi cama no —dijo Rosa—. La última vez se hizo pipí y yo tuve que lavar las sábanas.
—Yo tampoco la quiero conmigo —dijo Lourdes.
—Entonces deja que me quede con Jazmín —pidió Alicia.
—Cuál Jazmín ni qué nada —contestó Francisca.
—Mamá, no me quiero dormir sola porque va a venir la bruja —dijo llorando la niña.
—Casi cumples nueve años —intervino Lourdes—, ya estás grandecita como para seguir creyendo en brujas.
—¡Es verdad, miren! —Alicia se levantó de su silla, se bajó las calcetas y mostró los moretones que tenía en las piernas —. Miren lo que me hizo anoche.
Francisca se acercó a la niña, se arrodilló para abrazarla y le dijo:
—Te vas a dormir sola.
—No mamita, la bruja...
 —No te preocupes. Anoche vi a la bruja saliendo de tu cuarto y me aseguré de que no vuelva a molestarte.
—¿En serio mamita?
—Por supuesto. Ahora deja de llorar y termínate tu desayuno.
—¿Oiga mamá y Pedro? —preguntó Lourdes
—Está en el hospital buscando un par de huevos —respondió Francisca.

JAZMÍN
—¡Ni se te ocurra encerrarte porque te va peor! —gritó Francisca, empujando la puerta del cuarto antes de que se cerrara.
—Mamá, perdóneme  —suplicó Jazmín, que se ocultaba debajo de la cama.
Francisca se agachó, metió las manos, le sujetó una de las piernas y le arrastró para hacerle salir.
—¡Siéntate en la cama! —ordenó Francisca, sacando unas tijeras de su delantal.
—Mamá, no. Por favor no. Pégueme si quiere, pero no me haga eso.
—Te advertí lo que iba a pasar si te volvías a poner uno de mis vestidos —dijo Francisca, aferrando con fuerza las tijeras.
—¡Mamita, por favor no! ¡Le juro que no vuelvo a hacerlo!
—Claro que no vuelves a hacerlo —contestó Francisca, comenzando a cortarle el pelo—. Y deja de meter las manos o te encajo las tijeras.
Francisca no paró hasta que le dejó a rape.

Esa noche, al regresar de la cantina, Francisca se encontró una nota en la sala que decía:
“Mamá, he decidido irme para ya no estarla mortificando. Espero que me disculpe por llevarme sus vestidos, pero es que se me ven muy bien y usted ya ni los usa. Ojala pueda perdonarme.
Yo ya no me voy a acercar a la casa, pero si un día me ve en la calle y me quiere saludar, nada más acuérdese que ahora mi nombre es Jazmín y no Francisco.”

 

miércoles, 9 de octubre de 2013

Un hombre sin cabeza, Etgar Keret




La contraportada me hizo pensar dos cosas: que se trataba de un libro de  cuentos de corte fantástico y que tenían bastante humor. Si bien  hay cuentos con estas dos características, no todos son así. Entre las 34 historias que componen esta obra hay muchas de corte realista que van desde lo truculento hasta lo tierno.
Todos los cuentos son muy buenos, no recuerdo ninguno que me haya parecido “flojo” o fuera de lugar, pero claro que hay varios que sobresalen del resto:
El gordito: con esta historia abre el libro. Trata sobre un chico, cuya novia tiene una maldición que la transforma todas las noches en un hombre chaparro, gordo y calvo, bebedor de cerveza y aficionado al futbol. De los más divertidos.
Satisfacción: un joven muy bueno en los deportes y en los estudios, además de popular entre las chicas, descubre que sus padres tienen una extraña enfermedad que los hace empequeñecer  a medida que él crece. De los mejores.
Suciedad: texto breve que habla sobre un hombre que podría matarse o abrir una lavandería, y los eventos que cada una de estas decisiones habrá de ocasionar
El caballito: un tipo descubre que va a ser padre y esto lo llena de pánico. Por consejo de su bisabuela se acuesta todas las noches colocando la cabeza sobre el vientre de su mujer para que aquello que el desea se vuelva una realidad dentro de ella. No cuento más, pero aparte de gracioso es tierno, sobre todo para quienes no deseamos ser padres.
Mi novia está desnuda: con un título así sólo podría tratarse de un cuento porno o uno cómico, es lo segundo, pero las mentes sucias como la mía le agregamos lo primero. Muy divertido.
Un pensamiento en forma de cuento: una civilización en la luna capaz de convertir sus pensamientos en objetos, un joven que rompe las reglas al darle a los suyos una forma y un uso diferente y es castigado por ello.
Una bonita pareja: un encuentro amoroso narrado desde diferentes puntos de vista.
Ángulo: Tres amigos aficionados al pool, los tres muy malos para el juego, dos de ellos debido a sus relaciones amorosas, el tercero simplemente es malo por no ver el ángulo correcto.
Yosoyel: el más largo y elaborado de todos. Narra fragmentos de la vida de un hombre que a pesar de tenerlo todo se siente insatisfecho. Con el paso de los años realiza un viaje a la India que le mostrará nuevos horizontes.

Éste libro me dejó tan buen sabor de boca que pienso leer extrañando a Kisinger, que es según entiendo, su obra más famosa.