domingo, 22 de agosto de 2010

OCHO KILOS DE MIERDA

—Cerdo…
— ¿Te parece que en tu situación actual te puedas dar el lujo de insultarme? Imbécil. —Anselmo golpeó el ojo izquierdo de César con la cacha de su revólver. El impacto le abrió el parpado.
—Veinticinco. —Ese era el número de heridas que ahora tenía. Luego de dos horas de castigo, Cesar había comprendido que su captor quería que mantuviera la cuenta de todos los golpes recibidos, de no hacerlo, obtendría otro hueso roto, otra cortada, o algo peor.
—Mira, César, lo mejor es que te quedes quieto.
— ¿Por qué me… haces esto?
—Eso lo sabrás pronto, de hecho, si cerraras la boca ya te lo habría dicho. —Anselmo sonrió, dio un paso atrás y pateo los testículos del hombre.
—No… detente… por favor.
—Eso es no lo que quiero oír, idiota —dijo, intentando poner un tono de dulzura a su voz, al tiempo que le propinaba un puñetazo.
—Veinti… veintisiete.
—Mucho mejor. —Anselmo esperó a que el hombre se recuperara un poco. Luego lo obligó a levantar el rostro—. Frente a nosotros, detrás de la cortina, está la traidora. —Anselmo tiró la tela, dejando al descubierto el cadáver de la mujer. El cuerpo, anclado a un gancho de acero que colgaba del techo, había sido abierto en canal desde el pecho hasta el vientre. Debajo, un balde de plástico se llenaba con la sangre que goteaba de la garganta, también cortada—. ¿No se ve mucho mejor así? —preguntó burlonamente.
— ¿Por… qué? —César cerró los ojos con fuerza. Ahora sabía de dónde provenía la peste que impregnaba el lugar.
—Me están hartando tus pinches preguntitas, —El enfado en el asesino parecía falso—.Sólo porque hoy estoy de buen humor voy a satisfacer tu curiosidad: Sucede, que entré al despacho del viejo y cuando vio que le apuntaba con un arma, dijo:
»— ¿Así que tu eres su amante en turno? Contigo son dos de sus muchos noviecitos los únicos que se han atrevido a deshacerse de mí. Intentado al menos. Mira, si sigues vivo…
»—Deje su parloteo —le interrumpí—, le informo que se encuentra en un pequeño error. Las agallas del actual amante de su mujer, solo alcanzaron para contratar a alguien que hiciera el trabajo sucio. Mi nombre es Anselmo y mi profesión, sicario.
»— ¡Ah, vaya! —me contestó el ruco—. Tengo cáncer. Quizá podría salvarme con todas esas porquerías de quimioterapias, medicinas y hasta hechiceros y hierbas milagrosas, pero estoy cansado, muy cansado. Te propondré un trato: te doy el triple de lo que te hayan pagado si después vas y matas a la puta de mi esposa y al maricón ese, y claro… lo haces conmigo de una forma rápida.
—Así que, como veras, apenas llevo la mitad del trabajo.
—Por favor… déjame ir… no hablare con nadie… no voy a...
—Cierra el pico. —Anselmo pateó la boca de César en tres ocasiones.
—Pero… veintinueve. —Una bala en el muslo izquierdo lo hizo aullar de dolor.
—Treintaiuno con ese, pero ya deja de contar. Te llegó la hora.
—No… por dios… te lo suplico. —César se aterró al sentir la cercanía del asesino—. Te pagare… me queda… algo de dinero… te lo daré… todo.
—No lo sé… ya cobré y además no sería muy profesional. Nunca he incumplido con un contrato...
—Mi auto… es un clásico… vale mucho… y… guardaba algunas… joyas de ella… puedo…
—Espera —interrumpió Anselmo—, estoy pensando. Hagamos una cosa. —Anselmo liberó a César de sus ataduras. Luego caminó hasta el cadáver y con una navaja comenzó a hurgar dentro de esté. Sonrió al encontrar el intestino grueso—. Está tripa —dijo, sosteniendo aquel órgano con ambas manos y luchando contras las nauseas— puede, ¡pufs! como apesta… puede almacenar hasta ocho kilos de mierda. ¿Cuánto excremento tenía guardado tu mujercita aquí? Todo depende: ¿Fue al baño antes de que la degollara? ¿Tenía una buena digestión? Por como hiede, yo diría que no. Sí quieres que olvide que su esposo me pagó para matarte, te lo vas a tragar todo.

Anselmo se encontraba decepcionado. Ver por tantas horas a un hombre comerse un intestino, además de asqueroso, resultó ser algo aburrido.
—Al fin terminas. Esto resultó más tortuoso para mí que para ti. Te obligaría a tragarte todo tu vomito… y el mío, si no fuera tan tarde.
—Significa… que estoy… libre.
—No es tan sencillo amigo. —Anselmo apuntó el arma directo al rostro de César.
—Pero… diste tu… palabra.
—Sí, nada más que olvidaba comentarte algo: La putita se decepcionó tanto al ver que no acabarías con su esposo tu mismo, que decidió pagarme para que después de llenarlo de plomo… hiciera lo mismo contigo.
Luego de disparar, Anselmo miró a su alrededor.
—¡Que pinche desmadre! Ni hablar, ser tan creativo no siempre resulta divertido.

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