Su dios era un ser enorme, tanto, que su cabeza sobrepasaba el firmamento. Estaba desnudo. Su piel púrpura, repleta de pútridas llagas, no cubría la totalidad de su figura, gusanos alados carcomían sus entrañas causándole un eterno placer.
Él los quiso crear a su imagen y semejanza, pero fracasó.
Ellos deseaban parecerse a su dios, así que fueron por los de tez grisácea. Los desollaron para cubrirse con su piel, pero les fue imposible disfrazar sus rostros, pues era donde depositaban la amargura de su alma, tan corrosiva, que desintegraba la epidermis de los Grises. Entonces, llenos de furia y frustración les decapitaron, y su sangre formó un río al cual los arrojaron.
A partir de ese momento, los Grises se convirtieron en los preferidos del creador, pues fueron transformados a su imagen y semejanza.
Esa es la razón de que los Grises sean un pueblo triste. Pues llevan a cuestas la desdicha de parecerse al peor demonio de sus pesadillas.
martes, 31 de agosto de 2010
miércoles, 25 de agosto de 2010
Sara Pezzini (Witchblade)
domingo, 22 de agosto de 2010
OCHO KILOS DE MIERDA
—Cerdo…
— ¿Te parece que en tu situación actual te puedas dar el lujo de insultarme? Imbécil. —Anselmo golpeó el ojo izquierdo de César con la cacha de su revólver. El impacto le abrió el parpado.
—Veinticinco. —Ese era el número de heridas que ahora tenía. Luego de dos horas de castigo, Cesar había comprendido que su captor quería que mantuviera la cuenta de todos los golpes recibidos, de no hacerlo, obtendría otro hueso roto, otra cortada, o algo peor.
—Mira, César, lo mejor es que te quedes quieto.
— ¿Por qué me… haces esto?
—Eso lo sabrás pronto, de hecho, si cerraras la boca ya te lo habría dicho. —Anselmo sonrió, dio un paso atrás y pateo los testículos del hombre.
—No… detente… por favor.
—Eso es no lo que quiero oír, idiota —dijo, intentando poner un tono de dulzura a su voz, al tiempo que le propinaba un puñetazo.
—Veinti… veintisiete.
—Mucho mejor. —Anselmo esperó a que el hombre se recuperara un poco. Luego lo obligó a levantar el rostro—. Frente a nosotros, detrás de la cortina, está la traidora. —Anselmo tiró la tela, dejando al descubierto el cadáver de la mujer. El cuerpo, anclado a un gancho de acero que colgaba del techo, había sido abierto en canal desde el pecho hasta el vientre. Debajo, un balde de plástico se llenaba con la sangre que goteaba de la garganta, también cortada—. ¿No se ve mucho mejor así? —preguntó burlonamente.
— ¿Por… qué? —César cerró los ojos con fuerza. Ahora sabía de dónde provenía la peste que impregnaba el lugar.
—Me están hartando tus pinches preguntitas, —El enfado en el asesino parecía falso—.Sólo porque hoy estoy de buen humor voy a satisfacer tu curiosidad: Sucede, que entré al despacho del viejo y cuando vio que le apuntaba con un arma, dijo:
»— ¿Así que tu eres su amante en turno? Contigo son dos de sus muchos noviecitos los únicos que se han atrevido a deshacerse de mí. Intentado al menos. Mira, si sigues vivo…
»—Deje su parloteo —le interrumpí—, le informo que se encuentra en un pequeño error. Las agallas del actual amante de su mujer, solo alcanzaron para contratar a alguien que hiciera el trabajo sucio. Mi nombre es Anselmo y mi profesión, sicario.
»— ¡Ah, vaya! —me contestó el ruco—. Tengo cáncer. Quizá podría salvarme con todas esas porquerías de quimioterapias, medicinas y hasta hechiceros y hierbas milagrosas, pero estoy cansado, muy cansado. Te propondré un trato: te doy el triple de lo que te hayan pagado si después vas y matas a la puta de mi esposa y al maricón ese, y claro… lo haces conmigo de una forma rápida.
—Así que, como veras, apenas llevo la mitad del trabajo.
—Por favor… déjame ir… no hablare con nadie… no voy a...
—Cierra el pico. —Anselmo pateó la boca de César en tres ocasiones.
—Pero… veintinueve. —Una bala en el muslo izquierdo lo hizo aullar de dolor.
—Treintaiuno con ese, pero ya deja de contar. Te llegó la hora.
—No… por dios… te lo suplico. —César se aterró al sentir la cercanía del asesino—. Te pagare… me queda… algo de dinero… te lo daré… todo.
—No lo sé… ya cobré y además no sería muy profesional. Nunca he incumplido con un contrato...
—Mi auto… es un clásico… vale mucho… y… guardaba algunas… joyas de ella… puedo…
—Espera —interrumpió Anselmo—, estoy pensando. Hagamos una cosa. —Anselmo liberó a César de sus ataduras. Luego caminó hasta el cadáver y con una navaja comenzó a hurgar dentro de esté. Sonrió al encontrar el intestino grueso—. Está tripa —dijo, sosteniendo aquel órgano con ambas manos y luchando contras las nauseas— puede, ¡pufs! como apesta… puede almacenar hasta ocho kilos de mierda. ¿Cuánto excremento tenía guardado tu mujercita aquí? Todo depende: ¿Fue al baño antes de que la degollara? ¿Tenía una buena digestión? Por como hiede, yo diría que no. Sí quieres que olvide que su esposo me pagó para matarte, te lo vas a tragar todo.
Anselmo se encontraba decepcionado. Ver por tantas horas a un hombre comerse un intestino, además de asqueroso, resultó ser algo aburrido.
—Al fin terminas. Esto resultó más tortuoso para mí que para ti. Te obligaría a tragarte todo tu vomito… y el mío, si no fuera tan tarde.
—Significa… que estoy… libre.
—No es tan sencillo amigo. —Anselmo apuntó el arma directo al rostro de César.
—Pero… diste tu… palabra.
—Sí, nada más que olvidaba comentarte algo: La putita se decepcionó tanto al ver que no acabarías con su esposo tu mismo, que decidió pagarme para que después de llenarlo de plomo… hiciera lo mismo contigo.
Luego de disparar, Anselmo miró a su alrededor.
—¡Que pinche desmadre! Ni hablar, ser tan creativo no siempre resulta divertido.
— ¿Te parece que en tu situación actual te puedas dar el lujo de insultarme? Imbécil. —Anselmo golpeó el ojo izquierdo de César con la cacha de su revólver. El impacto le abrió el parpado.
—Veinticinco. —Ese era el número de heridas que ahora tenía. Luego de dos horas de castigo, Cesar había comprendido que su captor quería que mantuviera la cuenta de todos los golpes recibidos, de no hacerlo, obtendría otro hueso roto, otra cortada, o algo peor.
—Mira, César, lo mejor es que te quedes quieto.
— ¿Por qué me… haces esto?
—Eso lo sabrás pronto, de hecho, si cerraras la boca ya te lo habría dicho. —Anselmo sonrió, dio un paso atrás y pateo los testículos del hombre.
—No… detente… por favor.
—Eso es no lo que quiero oír, idiota —dijo, intentando poner un tono de dulzura a su voz, al tiempo que le propinaba un puñetazo.
—Veinti… veintisiete.
—Mucho mejor. —Anselmo esperó a que el hombre se recuperara un poco. Luego lo obligó a levantar el rostro—. Frente a nosotros, detrás de la cortina, está la traidora. —Anselmo tiró la tela, dejando al descubierto el cadáver de la mujer. El cuerpo, anclado a un gancho de acero que colgaba del techo, había sido abierto en canal desde el pecho hasta el vientre. Debajo, un balde de plástico se llenaba con la sangre que goteaba de la garganta, también cortada—. ¿No se ve mucho mejor así? —preguntó burlonamente.
— ¿Por… qué? —César cerró los ojos con fuerza. Ahora sabía de dónde provenía la peste que impregnaba el lugar.
—Me están hartando tus pinches preguntitas, —El enfado en el asesino parecía falso—.Sólo porque hoy estoy de buen humor voy a satisfacer tu curiosidad: Sucede, que entré al despacho del viejo y cuando vio que le apuntaba con un arma, dijo:
»— ¿Así que tu eres su amante en turno? Contigo son dos de sus muchos noviecitos los únicos que se han atrevido a deshacerse de mí. Intentado al menos. Mira, si sigues vivo…
»—Deje su parloteo —le interrumpí—, le informo que se encuentra en un pequeño error. Las agallas del actual amante de su mujer, solo alcanzaron para contratar a alguien que hiciera el trabajo sucio. Mi nombre es Anselmo y mi profesión, sicario.
»— ¡Ah, vaya! —me contestó el ruco—. Tengo cáncer. Quizá podría salvarme con todas esas porquerías de quimioterapias, medicinas y hasta hechiceros y hierbas milagrosas, pero estoy cansado, muy cansado. Te propondré un trato: te doy el triple de lo que te hayan pagado si después vas y matas a la puta de mi esposa y al maricón ese, y claro… lo haces conmigo de una forma rápida.
—Así que, como veras, apenas llevo la mitad del trabajo.
—Por favor… déjame ir… no hablare con nadie… no voy a...
—Cierra el pico. —Anselmo pateó la boca de César en tres ocasiones.
—Pero… veintinueve. —Una bala en el muslo izquierdo lo hizo aullar de dolor.
—Treintaiuno con ese, pero ya deja de contar. Te llegó la hora.
—No… por dios… te lo suplico. —César se aterró al sentir la cercanía del asesino—. Te pagare… me queda… algo de dinero… te lo daré… todo.
—No lo sé… ya cobré y además no sería muy profesional. Nunca he incumplido con un contrato...
—Mi auto… es un clásico… vale mucho… y… guardaba algunas… joyas de ella… puedo…
—Espera —interrumpió Anselmo—, estoy pensando. Hagamos una cosa. —Anselmo liberó a César de sus ataduras. Luego caminó hasta el cadáver y con una navaja comenzó a hurgar dentro de esté. Sonrió al encontrar el intestino grueso—. Está tripa —dijo, sosteniendo aquel órgano con ambas manos y luchando contras las nauseas— puede, ¡pufs! como apesta… puede almacenar hasta ocho kilos de mierda. ¿Cuánto excremento tenía guardado tu mujercita aquí? Todo depende: ¿Fue al baño antes de que la degollara? ¿Tenía una buena digestión? Por como hiede, yo diría que no. Sí quieres que olvide que su esposo me pagó para matarte, te lo vas a tragar todo.
Anselmo se encontraba decepcionado. Ver por tantas horas a un hombre comerse un intestino, además de asqueroso, resultó ser algo aburrido.
—Al fin terminas. Esto resultó más tortuoso para mí que para ti. Te obligaría a tragarte todo tu vomito… y el mío, si no fuera tan tarde.
—Significa… que estoy… libre.
—No es tan sencillo amigo. —Anselmo apuntó el arma directo al rostro de César.
—Pero… diste tu… palabra.
—Sí, nada más que olvidaba comentarte algo: La putita se decepcionó tanto al ver que no acabarías con su esposo tu mismo, que decidió pagarme para que después de llenarlo de plomo… hiciera lo mismo contigo.
Luego de disparar, Anselmo miró a su alrededor.
—¡Que pinche desmadre! Ni hablar, ser tan creativo no siempre resulta divertido.
domingo, 15 de agosto de 2010
EL GRAN JULIO
VINE
Estoy seguro de que soy la reencarnación del gran Julio César. Mi talento, mi fuerza y mi carisma no tienen parangón más que con aquel gran hombre. Los tiempos han cambiado, y uno ya no puede andar por ahí derrocando reinos. Pero aun así, soy un gran conquistador: Julio conquistaba imperios, yo conquisto corazones.
Siempre me han dado risa esos ilusos, esperando horas en la fila, suplicando como plebeyos que se les permita entrar al “Palacio”, mientras que yo sólo tengo que hacer un ademán y, como por arte de magia, la cadena me abre paso.
Este lugar es el más exclusivo de todos y es así sólo porque es mi preferido. La decoración me recuerda a los hermosos palacios romanos. Lamentablemente pocas son las personas que pueden ser dignas de mi grata compañía, sobre todo las mujeres. Todas se desviven por una sola noche conmigo, una sola, pues nadie merece más de mí. Como esta tonta que me está hablando, cree que por haber ganado el concursito de belleza ése ya es digna de acercárseme. La miro con desdén y le digo que está demasiado gorda, eso es suficiente para que se aleje. Mañana aparecerá su rostro en los periódicos con una ridícula nota hablando de su suicidio, y todo por no estar a mi altura.
VI
Esta noche es especial: he visto al fin a una mujer digna de mí. Es simplemente perfecta; además de ser una belleza espectacular, tiene clase. Nunca había visto a una mujer con tanto porte. Vean a todos esos perdedores, detrás de ella como sucios perros, miren cómo los desprecia. ¡Ah! Sé muy bien cómo se siente. Me acerco a ella; en cuanto se percatan de mi presencia, todos huyen. Saben que, si acaso en sus sueños tenían esperanza alguna, yo se las he quitado. Estoy frente a ella, la beso, poso mis manos en sus glúteos, los más perfectos que haya tocado, siento su cuerpo y compruebo que es digno del mío.
VENCÍ
Me ha abofeteado y ha retirado mis manos de su cuerpo. Es la primera vez que alguien se resiste, pero yo soy un guerrero; le regreso el golpe y la beso una vez más, y eso es suficiente. Ahora la llevaré al hotel y así, como siempre, habré venido, visto y vencido. Yo, el gran Julio.
Pobre Julio, tan arrogante. Piensa que me ha conquistado, no se da cuenta que sólo estoy jugando con él.
Ya estamos en el hotel, no cabe duda que yo soy la reencarnación misma de Cleopatra, puedo conquistar a cualquiera, hasta al mismo Julio. Ahora, que me ha traído hasta aquí y se muere por hacerme el amor, ya es demasiado tarde para que huya cuando sepa que, en realidad, me llamo Alfredo.
Este fue publicado en cronicas de la forja Vini, vidi, vinci
Estoy seguro de que soy la reencarnación del gran Julio César. Mi talento, mi fuerza y mi carisma no tienen parangón más que con aquel gran hombre. Los tiempos han cambiado, y uno ya no puede andar por ahí derrocando reinos. Pero aun así, soy un gran conquistador: Julio conquistaba imperios, yo conquisto corazones.
Siempre me han dado risa esos ilusos, esperando horas en la fila, suplicando como plebeyos que se les permita entrar al “Palacio”, mientras que yo sólo tengo que hacer un ademán y, como por arte de magia, la cadena me abre paso.
Este lugar es el más exclusivo de todos y es así sólo porque es mi preferido. La decoración me recuerda a los hermosos palacios romanos. Lamentablemente pocas son las personas que pueden ser dignas de mi grata compañía, sobre todo las mujeres. Todas se desviven por una sola noche conmigo, una sola, pues nadie merece más de mí. Como esta tonta que me está hablando, cree que por haber ganado el concursito de belleza ése ya es digna de acercárseme. La miro con desdén y le digo que está demasiado gorda, eso es suficiente para que se aleje. Mañana aparecerá su rostro en los periódicos con una ridícula nota hablando de su suicidio, y todo por no estar a mi altura.
VI
Esta noche es especial: he visto al fin a una mujer digna de mí. Es simplemente perfecta; además de ser una belleza espectacular, tiene clase. Nunca había visto a una mujer con tanto porte. Vean a todos esos perdedores, detrás de ella como sucios perros, miren cómo los desprecia. ¡Ah! Sé muy bien cómo se siente. Me acerco a ella; en cuanto se percatan de mi presencia, todos huyen. Saben que, si acaso en sus sueños tenían esperanza alguna, yo se las he quitado. Estoy frente a ella, la beso, poso mis manos en sus glúteos, los más perfectos que haya tocado, siento su cuerpo y compruebo que es digno del mío.
VENCÍ
Me ha abofeteado y ha retirado mis manos de su cuerpo. Es la primera vez que alguien se resiste, pero yo soy un guerrero; le regreso el golpe y la beso una vez más, y eso es suficiente. Ahora la llevaré al hotel y así, como siempre, habré venido, visto y vencido. Yo, el gran Julio.
Pobre Julio, tan arrogante. Piensa que me ha conquistado, no se da cuenta que sólo estoy jugando con él.
Ya estamos en el hotel, no cabe duda que yo soy la reencarnación misma de Cleopatra, puedo conquistar a cualquiera, hasta al mismo Julio. Ahora, que me ha traído hasta aquí y se muere por hacerme el amor, ya es demasiado tarde para que huya cuando sepa que, en realidad, me llamo Alfredo.
Este fue publicado en cronicas de la forja Vini, vidi, vinci
viernes, 13 de agosto de 2010
El Salvador
Que el hombre no llegó a la luna, se trató de un montaje de Holliwood. El SIDA no existe, es una conspiración de la industria farmacéutica. El escudo que aparece en los billetes de Estados Unidos es en realidad un mensaje masón para la dominación mundial. Las torres gemelas fueron derrumbadas por medio de bombas y no a causa de los aviones, el gobierno lo preparó todo.
Mauricio había creído éstas y muchas otras teorías de ese tipo desde su adolescencia, pero hasta hace poco se dio cuenta que la verdad, la única, se encontraba cifrada en la programación nocturna de ese canal que siempre le pareció de mal gusto, pero era cierto, ahí estaba y era tan compleja que al parecer nadie había logrado comprenderla.
Recargó su escopeta y le disparó a una anciana que salía de un restaurante de comida rápida, Le despedazó la garganta.
Pudo ver que una chica entraba a una juguetería para esconderse, no son tan aterradores, pensó. La siguió. No podía mostrar misericordia con esos seres. Ya no son humanos, murmuraba una y otra vez. Cuando encontró a la joven, su belleza lo hizo dudar, al igual que sus suplicas. Estaba confundido, tampoco se suponía que rogaran por su vida. Se mordió los labios y cerró los ojos. La sangre le salpicó la ropa, un pedazo de cuero cabelludo se le pegó en la camisa. Sintió nauseas y vomitó junto al cadáver. Cuando se tranquilizó, descubrió que era observado por un aterrado niño que se aferraba a su oso de peluche.
No, no puedo, debe tener la edad de mi hija, se dijo. Bajó el arma y dio media vuelta. Comenzó a caminar hacia la puerta. Pasó frente a un televisor. Vio en las noticias que alguien más estaba atacando un centro comercial. Sonrió. Regresó por el pequeño, su gesto de inocencia ya no le importaba, ahora estaba completamente seguro de haber entendido el mensaje correctamente y que existían más hombres como él salvando a la humanidad.
Cuento publicado en el numero 94 de la revista digital Minatura
Mauricio había creído éstas y muchas otras teorías de ese tipo desde su adolescencia, pero hasta hace poco se dio cuenta que la verdad, la única, se encontraba cifrada en la programación nocturna de ese canal que siempre le pareció de mal gusto, pero era cierto, ahí estaba y era tan compleja que al parecer nadie había logrado comprenderla.
Recargó su escopeta y le disparó a una anciana que salía de un restaurante de comida rápida, Le despedazó la garganta.
Pudo ver que una chica entraba a una juguetería para esconderse, no son tan aterradores, pensó. La siguió. No podía mostrar misericordia con esos seres. Ya no son humanos, murmuraba una y otra vez. Cuando encontró a la joven, su belleza lo hizo dudar, al igual que sus suplicas. Estaba confundido, tampoco se suponía que rogaran por su vida. Se mordió los labios y cerró los ojos. La sangre le salpicó la ropa, un pedazo de cuero cabelludo se le pegó en la camisa. Sintió nauseas y vomitó junto al cadáver. Cuando se tranquilizó, descubrió que era observado por un aterrado niño que se aferraba a su oso de peluche.
No, no puedo, debe tener la edad de mi hija, se dijo. Bajó el arma y dio media vuelta. Comenzó a caminar hacia la puerta. Pasó frente a un televisor. Vio en las noticias que alguien más estaba atacando un centro comercial. Sonrió. Regresó por el pequeño, su gesto de inocencia ya no le importaba, ahora estaba completamente seguro de haber entendido el mensaje correctamente y que existían más hombres como él salvando a la humanidad.
Cuento publicado en el numero 94 de la revista digital Minatura
lunes, 9 de agosto de 2010
LO QUE SOY
Entro al bar, ahí esta, desde el primer instante en que la veo sé que tiene algo especial. Me causa una sensación que jamás había experimentado.
Me acerco a la barra, estoy a unos metros de ella; la observo y me doy cuenta que si acaso los ángeles existen debe ser uno de ellos.
Llevamos más de 2 horas conversando, nunca había estado con alguien que fuera capaz de hacerme sentir de esta forma. De pronto me habla al oído, me invita a su casa, esa es una invitación que no puedo y no debo rechazar.
Las cosas han salido así, no sé porque lo permití pero ya no me importa sólo me dejo llevar.
Está desnuda y yo también. Su cuerpo me exige que lo posea y yo deseo que se adueñe del mío.
Recorro cada parte de su cuerpo con las yemas de mis dedos, su piel es tan suave. Me ordena que la bese... lo hago y se roba parte de mi alma en ese beso.
Estoy temblando, ella acaricia mi pecho, araña mi espalda, muerde mi cuello. Por un instante somos uno con el universo... ella y yo... solo uno.
Me mira a los ojos, su mirada es la más hermosa que jamás haya existido y mientras me ve hace esa terrible pregunta ¿quién eres? Y así, de golpe me trae de vuelta a este mundo.
¿Quién eres? Pregunta de nuevo. Algo sale de mis ojos, creo que le llaman lagrimas.
¿Quién eres? Insiste, entonces me armo de valor y recuerdo quien soy... recuerdo lo que soy.
Mi nombre es Anselmo, mi profesión sicario y esta noche voy a matarte.
Este cuento es malisimo, fue publicado en el numero 1 de la revista granizo lunar (el link ya lo puse)
Me acerco a la barra, estoy a unos metros de ella; la observo y me doy cuenta que si acaso los ángeles existen debe ser uno de ellos.
Llevamos más de 2 horas conversando, nunca había estado con alguien que fuera capaz de hacerme sentir de esta forma. De pronto me habla al oído, me invita a su casa, esa es una invitación que no puedo y no debo rechazar.
Las cosas han salido así, no sé porque lo permití pero ya no me importa sólo me dejo llevar.
Está desnuda y yo también. Su cuerpo me exige que lo posea y yo deseo que se adueñe del mío.
Recorro cada parte de su cuerpo con las yemas de mis dedos, su piel es tan suave. Me ordena que la bese... lo hago y se roba parte de mi alma en ese beso.
Estoy temblando, ella acaricia mi pecho, araña mi espalda, muerde mi cuello. Por un instante somos uno con el universo... ella y yo... solo uno.
Me mira a los ojos, su mirada es la más hermosa que jamás haya existido y mientras me ve hace esa terrible pregunta ¿quién eres? Y así, de golpe me trae de vuelta a este mundo.
¿Quién eres? Pregunta de nuevo. Algo sale de mis ojos, creo que le llaman lagrimas.
¿Quién eres? Insiste, entonces me armo de valor y recuerdo quien soy... recuerdo lo que soy.
Mi nombre es Anselmo, mi profesión sicario y esta noche voy a matarte.
Este cuento es malisimo, fue publicado en el numero 1 de la revista granizo lunar (el link ya lo puse)
martes, 3 de agosto de 2010
lunes, 2 de agosto de 2010
Niku Daruma
La "trama" es de los más simple, contratan a una joven y un wey para hacer una peli porno. La cosa empieza muy normal, pero luego se ponde BDSM, la ruca se raja el director se emputa y les da por hacer ya no una porno sino una Snuff.
Con una mejor fotografia, la peli engañaria a más de un lego. La maypria de las tomas estan hechas con las dos camaras que utilizan el director y el asistente y otras que perecen camaras escondidas en la casa donde se filma toda, pero en unas tomas entran acercamientos que echan a perder el tono realista. No es tan buena como la de flor de carne de Guinea Pig, pero esta loca
EL PLAN
¿Qué podía hacer? ¿Entregarlo a la policía? No es que fuéramos muy unidos, o que lo que quisiera mucho. La verdad es que habría preferido que la llamada la hubiera realizado su esposa, y que al llegar a su casa, el cadáver que vi en la cocina hubiera sido el de él, esa es la clase de amor que le tengo al culero. Pense en mi madre y lo que diría si descubria que lo dejé solo, tampoco es que ella me importe mucho, pero sabe ser molesta.
— ¿Qué chinga´os pasó? —pregunté mientras revisaba el cuerpo. Pinche cuñadita, muerta y todo, se veía bien buena en babydoll. Sabía que tenía unas piernotas, pero así, lo que más llamaba mi atención era su trasero.
—…entonces me quiso dar una cachetada, y ya sabes cómo soy, que me emputó y que la empujo, luego la agarré de las greñas y le estrellé la cabeza en la pared como tres veces y pues…
—Ya, güey, ya entendí. Como serás animal. —Me puse de pie y me acerqué a él para distraerlo; me cachó levantándole la bata a la muertita—. Hay que pensar bien lo que debemos hacer… ¿Pelearon mucho rato? ¿Crees que algún vecino los pudo haber oído?
—No… creo que no.
—¿Además de los empujones, le pegaste? ¿Tendrá algún moretón?
—No.
—¿Ahí es donde la estrellaste? —Señalé una mancha de sangre en la pared.
—Sí…
— ¿La pusiste de rodillas o que pedo? Porque la marca está muy abajo.
—Te digo que primero la empujé, entonces se cayó y cuando se estaba levantando…
—OK… Yo creo que podríamos… —Fingí buscar una solución, lo que realmente hice fue echarle otra mirada a la cuñis.
— ¿Qué dices?
— ¿Qué digo de qué?
—De mi idea.
—Ah... pues mira… —No escuché nada de lo que había dicho por estarle viendo las chiches a su vieja−. Está medio jalada. —Supuse que era una pendejada, el cabrón nunca se distinguió por tener mucho intelecto.
—Entonces… ¿qué propones?
—Mira… yo me voy, luego llamas a la policía. Cuando vengan, les dices que ella vino por agua o por cualquier chingadera, que tú estabas en tu cuarto medio dormido y que oíste un trancazote. Cuando bajaste a ver qué pedo, la viste ahí tirada. Todos van a decir que se tropezó y que ya le tocaba.
—No mames, eso no me lo van a creer.
—¿Por qué no? ¿Te la pasabas pegándole enfrente de la gente como para que sospechen o qué?
—No güey, pero cuando vengan los forenses y hagan todo su desmadre, pues van a ver que fueron varios golpes y que ya lleva horas muerta y si analizan la forma en que cayó y comparan la trayectoria con las manchas de sangre
—Ya, párale. Si no estamos en un capitulo de CSI. Esto es la vida real, y por si fuera poco estamos en México, cabrón.
—No sé, es que… Mira, tengo otro de par de ideas.
—No, confía en mí. Nada más báñate. Lávate bien, cámbiate de ropa. Yo me pongo a ordenar todo para que no se note que estuvo aquí otra persona.
—Está bien. No me tardo.
En cuanto se fue, me acerqué de nuevo a ella. Ya sin mi hermano echando mosca, me di vuelo viéndola. No me aguanté y le agarré las nalgas. Sabía que estaba mal lo que hacía, pero ya me encontraba ayudando a un asesino, así que me daba igual. Le empecé a mamar las bubis y que me prendo y pues que meto la mano por debajo de sus calzoncitos y… ¿si le metes los dedos a una muerta también es masturbarla? Bueno, eso hice. Me calenté de a madre y decidí cogérmela. Acababa de bajarme los pantalones cuando apareció mi carnal. Traía un montón de golpes en la cara. Me saqué de onda y más cuando oí patrullas.
—¡Cabrón, te dije que hablaras hasta que yo me fuera! —Me ignoró. Les abrió la puerta.
No entendía lo que sucedía, todo pasó tan rápido que ni vestirme pude.
Mi hermano se acercó a mí, llorando y gritando y me tumbó de un puñetazo.
— ¿Qué te pasa pendejo? —No sabía si defenderme o subirme el pantalón.
—¿Por qué… por qué lo hiciste? —Me jaló de la camisa y me dijo al oído —: este plan esta mas chido. Tuve mis dudas, pero cuando vi que estabas de lujurioso supe que funcionaria.
—¿Qué? ¿Me pusiste... —En ese momento nos separaron unos policías y me esposaron. Los muy culeros me sacaron en calzones de la casa. Vi al traidor hablando con otros polis.
—No le crean nada —les grité.
—Cállese hijo de la chingada —vociferó uno de los oficiales y otro me dio una patada en el estomago.
—¿Cómo pudiste? —dijo el hipócrita acercándose a mí. Habló en voz baja—: Esto te pasa por menospreciarme… y por caliente.
—Ríete, disfruta el momento, porque no te saldrás con la tuya, les voy a decir todo. Ya verás que si eres un pendejo.
—Yo creo que esta drogado —respondió. No lo agarré a chingazos por que no podía. Volvió a susurrar —. Di lo que quieras, si acaso te creen, les doy su mordida a todos y ya.
—Imbécil ¿Crees que vas a poder sobornar… —Decidí no hablar más. No era la tele, era la vida real y peor aún: estábamos en México.
— ¿Qué chinga´os pasó? —pregunté mientras revisaba el cuerpo. Pinche cuñadita, muerta y todo, se veía bien buena en babydoll. Sabía que tenía unas piernotas, pero así, lo que más llamaba mi atención era su trasero.
—…entonces me quiso dar una cachetada, y ya sabes cómo soy, que me emputó y que la empujo, luego la agarré de las greñas y le estrellé la cabeza en la pared como tres veces y pues…
—Ya, güey, ya entendí. Como serás animal. —Me puse de pie y me acerqué a él para distraerlo; me cachó levantándole la bata a la muertita—. Hay que pensar bien lo que debemos hacer… ¿Pelearon mucho rato? ¿Crees que algún vecino los pudo haber oído?
—No… creo que no.
—¿Además de los empujones, le pegaste? ¿Tendrá algún moretón?
—No.
—¿Ahí es donde la estrellaste? —Señalé una mancha de sangre en la pared.
—Sí…
— ¿La pusiste de rodillas o que pedo? Porque la marca está muy abajo.
—Te digo que primero la empujé, entonces se cayó y cuando se estaba levantando…
—OK… Yo creo que podríamos… —Fingí buscar una solución, lo que realmente hice fue echarle otra mirada a la cuñis.
— ¿Qué dices?
— ¿Qué digo de qué?
—De mi idea.
—Ah... pues mira… —No escuché nada de lo que había dicho por estarle viendo las chiches a su vieja−. Está medio jalada. —Supuse que era una pendejada, el cabrón nunca se distinguió por tener mucho intelecto.
—Entonces… ¿qué propones?
—Mira… yo me voy, luego llamas a la policía. Cuando vengan, les dices que ella vino por agua o por cualquier chingadera, que tú estabas en tu cuarto medio dormido y que oíste un trancazote. Cuando bajaste a ver qué pedo, la viste ahí tirada. Todos van a decir que se tropezó y que ya le tocaba.
—No mames, eso no me lo van a creer.
—¿Por qué no? ¿Te la pasabas pegándole enfrente de la gente como para que sospechen o qué?
—No güey, pero cuando vengan los forenses y hagan todo su desmadre, pues van a ver que fueron varios golpes y que ya lleva horas muerta y si analizan la forma en que cayó y comparan la trayectoria con las manchas de sangre
—Ya, párale. Si no estamos en un capitulo de CSI. Esto es la vida real, y por si fuera poco estamos en México, cabrón.
—No sé, es que… Mira, tengo otro de par de ideas.
—No, confía en mí. Nada más báñate. Lávate bien, cámbiate de ropa. Yo me pongo a ordenar todo para que no se note que estuvo aquí otra persona.
—Está bien. No me tardo.
En cuanto se fue, me acerqué de nuevo a ella. Ya sin mi hermano echando mosca, me di vuelo viéndola. No me aguanté y le agarré las nalgas. Sabía que estaba mal lo que hacía, pero ya me encontraba ayudando a un asesino, así que me daba igual. Le empecé a mamar las bubis y que me prendo y pues que meto la mano por debajo de sus calzoncitos y… ¿si le metes los dedos a una muerta también es masturbarla? Bueno, eso hice. Me calenté de a madre y decidí cogérmela. Acababa de bajarme los pantalones cuando apareció mi carnal. Traía un montón de golpes en la cara. Me saqué de onda y más cuando oí patrullas.
—¡Cabrón, te dije que hablaras hasta que yo me fuera! —Me ignoró. Les abrió la puerta.
No entendía lo que sucedía, todo pasó tan rápido que ni vestirme pude.
Mi hermano se acercó a mí, llorando y gritando y me tumbó de un puñetazo.
— ¿Qué te pasa pendejo? —No sabía si defenderme o subirme el pantalón.
—¿Por qué… por qué lo hiciste? —Me jaló de la camisa y me dijo al oído —: este plan esta mas chido. Tuve mis dudas, pero cuando vi que estabas de lujurioso supe que funcionaria.
—¿Qué? ¿Me pusiste... —En ese momento nos separaron unos policías y me esposaron. Los muy culeros me sacaron en calzones de la casa. Vi al traidor hablando con otros polis.
—No le crean nada —les grité.
—Cállese hijo de la chingada —vociferó uno de los oficiales y otro me dio una patada en el estomago.
—¿Cómo pudiste? —dijo el hipócrita acercándose a mí. Habló en voz baja—: Esto te pasa por menospreciarme… y por caliente.
—Ríete, disfruta el momento, porque no te saldrás con la tuya, les voy a decir todo. Ya verás que si eres un pendejo.
—Yo creo que esta drogado —respondió. No lo agarré a chingazos por que no podía. Volvió a susurrar —. Di lo que quieras, si acaso te creen, les doy su mordida a todos y ya.
—Imbécil ¿Crees que vas a poder sobornar… —Decidí no hablar más. No era la tele, era la vida real y peor aún: estábamos en México.
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