lunes, 14 de febrero de 2011

SUICIDA

Cuando sus pies quedaron suspendidos en el aire, notó cómo el nudo de la soga se cerraba con fuerza alrededor de su cuello. Manoteaba tratando de quitarse la cuerda y se maldecía por eso. Comenzó a sentir la presión desde la cabeza hasta los pulmones. Imaginó la escena: su tez morada, la boca dejando ver su lengua, su rostro hinchado con los ojos bien abiertos, como si fueran a saltar en cualquier momento. Si hubiera estado en sus manos, en lugar de agitarse de un lado a otro, emitiendo sonidos guturales, se habría puesto a reír. De pronto todo cambió. La cuerda le seguía apretando, pero podía respirar un poco. Se preguntó si el final estaba cerca, quizá la angustia disminuiría paulatinamente hasta que todo se volviera negro y el dolor se fuera para siempre. Esa idea le confortaba, pero había algo extraño. Intentó ver hacia abajo: Un hombre sujetaba sus piernas. Quiso gritar, pateó con toda la fuerza que le quedaba, pero entre más intenso era el ataque, el tipo lo levantaba con más vehemencia. Luego de unos segundos, observó que con la mano derecha extraía una navaja de su pantalón. Sin dejar de levantarlo, el sujeto saltó y en un solo movimiento cortó la cuerda.
Cayó de espalda, golpeándose la nuca. Se retiró la cuerda y pasó la mano por su cuello, lentamente, sintiendo el patrón que se había marcado en él mientras escuchaba al sujeto a su lado, respirando agitadamente.


— ¿Estas bien? —le preguntó el hombre, mientras le ofrecía la mano.
—Acabas de salvar mi vida ¿Cómo crees que estoy?
—No es nada, cualquiera lo hubiera hecho.
—Es lo que haría cualquiera. —Le golpeó la mano y se puso de pie por su cuenta—. A una anciana un imbécil le roba su bolso enfrente de decenas de personas, todos ven como se echa a correr ¿y qué hacen? Nada, se quedan ahí, viendo, susurrando, haciéndose a un lado para que el ladrón no los toque. Una joven es golpeada por su novio en plena avenida. La gente cruza la acera para no meterse en un pleito que no les incube, habrá algunos que se queden a ver en qué termina, pero ninguno intentara detener la paliza. Un niño es obligado por sus padres a pedir limosna en los semáforos; tipos sin escrúpulos vigilan a un montón de jovencitas en las esquinas para que no se queden con el dinero que obtienen al ser obligadas a prostituirse ¿y alguien los denuncia? ¡No! Nadie se mete. Pero un maldito estúpido ve alguien colgando en un árbol, tratando de suicidarse y sin pensarlo corre a evitarlo ¿por qué?
—Creo… deberías calmarte —contestó el otro, aturdido—. Con cabeza fría verás…
—Con cabeza fría, nada. ¿Sabes lo difícil que es quitarse la vida? —Miró fijamente a su interlocutor—. ¿Sabes lo difícil que es quitarse la vida? —repitió al ver que no obtenía respuesta.
—Pues… creo que no… yo nunca…
—Es lo más difícil que pueda haber. Tu cuerpo se opone y nunca falta el impertinente que te brinda ayuda. ¿Ves esto? —Extendió sus brazos con las palmas hacia arriba, un par de cicatrices cruzaba cada una de sus muñecas—. Fue mi primer intento. No es como en la tele. Pasa una eternidad antes de que te desangres, para entonces; tus padres entraron a la habitación, llamaron a una ambulancia, esta llegó y te sacaron del peligro y de pronto te encuentras tomando terapia. —Bajó las manos—. Invítame un trago —dijo cambiando el tono de su voz.
— ¿Perdón?
—Me duele la garganta, me debo haber torcido el cuello. Si no hubieras interferido, no importaría, porque estaría muerto, así que es tu culpa y es lo menos que puedes hacer.
—Estás loco, no tengo porque hacerlo. Por mí…
—Le salvas la vida a un desconocido pero le niegas un trago que es mil veces más sencillo. Bien —dijo con indignación—. Lárgate. —Se inclinó para recoger la cuerda, rehízo el nudo y volvió a ponérsela.
— ¿Qué haces? De acuerdo. Vamos en mi auto.

—Bueno y… ¿Cómo te llamas? —Dijo para acabar con el incomodo silencio.
— ¿Para qué quieres saber? ¿Vas a llevar flores a mi tumba, o qué? ¿Cómo te llamas tú?
—Eh… yo… Joaquín.
—Mucho gusto. —Le extendió la mano derecha, mientras con la izquierda sujetaba una jarra de cerveza.
— ¿Por qué… —Joaquín se arrepintió de lo que iba a preguntar.
— ¿Por qué quiero morirme? Mira. —Se puso de pie y comenzó a caminar alrededor de la mesa, luego volvió a tomar asiento—. Esta jodida pierna ya no me sirve —dijo palmeando su rodilla derecha—. Tengo una placa enorme en el cráneo y tornillos hasta en el trasero. Mi columna se partiría en dos si levanto cualquier cosa que pese más de diez kilos, es increíble que no lo hiciera cuando me dejaste caer del árbol. Como soy un puto lisiado, no tengo trabajo, estoy hasta la madre de deudas, y solo… Completamente solo. Debiste dejarme morir. Ahora pasaran otros cuantos años antes de que vuelva a reunir el valor para intentarlo.
—No, piénsalo bien. ¿No crees en dios?
—No me vayas a salir con que eres testigo de jehová, cabrón.
—No. —Joaquín sonrió—. Es solo que, mira. Yo trabajo a dos cuadras de donde te encontré, tengo un lugar designado para estacionar mi auto. Pero hoy, justamente hoy, un despistado lo ocupó. Pasé media hora preguntando quien era el responsable. Nadie sabía, ese pinche bochito oxidado resultó no tener dueño. No me alargo, el caso es que no tenía donde dejar mi carro, me pasé otros treinta minutos buscando un lugar libre en las calles cercanas, cuando al fin encontré uno, me di cuenta que debía caminar un buen tramo. Iba para mi oficina cuando te vi. ¿Qué opinas? —Los ojos de Joaquín brillaron—. Era mi destino salvarte la vida. Dios hizo que no sé quien se estacionara en mi cajón para que yo tuviera que pasar por esa calle y te viera ¿Y sabes por qué lo hizo? Porqué seguramente tu estas aquí por algo, algo grande, dios no salva a todos los suicidas, pero a ti sí, a través de mí, porque tienes una misión importante, lo sé.
—No mames…
—Analízalo, no seas tan incrédulo, cuantas probabilidades…
—Es mío.
— ¿Qué?
—Que el bocho es mío, Joaquín. Es lo único que tengo, en él duermo. Esa chingadera llevaba meses sin prender. La última vez que lo pude echar a andar fue el día que compré la cuerda. Hoy se me ocurrió intentarlo y prendió. Tu lugar fue el único sitio desocupado que vi cerca del árbol que elegí para colgarme.
—No… No puede ser. Lo ves, eso es una señal. —Joaquín no podía ocultar su excitación
—Eso es una mamada. Ahora que se me había ocurrido un método que no podía fallar, resulta que yo tengo la culpa de que me salvaran. ¡Me lleva la chingada! —El golpe que dio a la mesa hizo que se derramara la bebida. — ¡Son mamadas, son mamadas!
—Como puedes decir eso, ¿estas ciego o qué? —dijo Joaquín con enfado.
—Yo no creo en dios, pero si existe, es un culero y la trae conmigo. Siete años, siete años queriendo acabar con esta mierda y no lo logro. Yo si tengo una misión en esta vida, Joaquín: quitármela. Pero no puedo. —Las lágrimas se mezclaron con la cerveza, el hombre no pudo hablar más.
—Necio. Escúchate hablar, dices…
—Vanesa estaría muy contenta —interrumpió a Joaquín.
—Vanesa… ves que no estás solo. Vanesa estaría contenta de ver que te salvaron. ¿Quién es? Una novia, amiga, hermana.
—Vanesa es la causante de todo —contestó secándose las lagrimas. Tomó un trago y continuó—. Con cinco años de noviazgo, me pareció momento de dar el siguiente paso. Le encantaba el circo, siempre que uno visitaba la ciudad me hacia acompañarla. Planeé llevarla a una función y pedirle matrimonio, justo en medio de la pista, sobre un elefante. Adelante, ríete —dijo al ver que Joaquín intentaba ocultar una sonrisa—, en ese momento me pareció una idea genial.
Además de la complicidad de la gente del circo, necesité la de Mauricio… Mi mejor amigo —dijo con un tono de amargura—. Todo salió de acuerdo a lo planeado. El domador había solicitado una pareja para su acto. Ahí estábamos, cada quien montado en una de esas bestias. Me acercaron un micrófono y entonces le di el anillo y enfrente de cientos de personas le pedí que fuera mi esposa. La muy perra pidió que la bajaran y salió corriendo del lugar, haciéndome quedar como un estúpido.
—Debió haber sido una experiencia terrible. Pero honestamente… —ahora fue Joaquín quien tomó de su cerveza antes de seguir hablando—. No me parece que sea una razón para…
—No he terminado. Interrumpiste mi muerte, al menos ten la educación de no interrumpir mi relato —dijo enérgicamente—. Por supuesto que su negativa al matrimonio no fue lo que… Al día siguiente la busqué. Me sentía terrible, pero quise ser comprensivo. Todo ese asunto la agarró por sorpresa, imaginé que quizá debí ser más conservador, habérselo insinuado antes. Mauricio abrió la puerta de su casa. El hijo de puta le había hablado de lo que quería hacer Cuando entramos al chingado circo ella sabía lo que iba a ocurrir. ¡Esos dos hijos de la chingada se revolcaban a mis espaldas y planearon dejarme en ridículo… —Furioso se puso de pie y tiró su silla.

Joaquín pedía disculpas a los empleados, el otro solo rechinaba los dientes y respiraba por la boca, al momento que eran sacados de mal modo del bar.
—Necesitas ayuda. Mira, yo ya perdí mucho tiempo. Es medio día, me desaparecí sin avisar de la oficina. Vamos a hablar a… debe haber algún teléfono donde puedan…
— ¿Te quieres deshacer de mí? ¿Me hechas a perder mis planes y luego te largas como si nada? Si le salvas la vida a una persona, vas a tener que hacerte cargo de ella hasta que se muera.
— ¿Qué? ¿De dónde sacas eso?
—Del mismo lugar de donde tú sacaste que dios te puso en mi camino. De entre el montón de cosas absurdas en las que cree la gente. Existe una tribu africana que tiene esa idea… o yo que sé, el caso es que ahora no puedes dejarme.
Joaquín quería irse, olvidar todo ese asunto, pero era obvio que, aunque de una manera grosera y agresiva, le suplicaba ayuda. Al verlo a los ojos, supo que no sería capaz de negársela.
— ¿Quieres más cerveza? —preguntó.
—Mejor un tequila.

— ¿Qué pasó después de que supiste lo tu novia? —preguntó Joaquín una vez más para romper el silencio.
—Le partí su madre a Mauricio… Bueno, quise hacerlo, pero fue al revés. Mientras el pendejo me rompía la cara a golpes, yo veía a Vanesa… Se burlaba de mí, eso si me dolió, me destrozó. No entendía porque se portaba así. Yo siempre la trate tan bien, mejor que nadie, te lo aseguro, y parecía que me odiaría. Me deprimí mucho, principalmente por su traición, pero también por la de Mauricio. Él era como un hermano, jamás pensé que fuera capaz de eso. Me encerré en mi habitación y no salí de ahí en días. Mis papás al principio querían animarme, pero luego decidieron darme un tiempo para que me desahogara. Yo lo único que hacía era estar enfrente de la computadora, conectado al Messenger, esperando que se apareciera. Mis otros contactos me hablaban pero no les respondía, terminé borrándolos a todos. Solo quería hablar con ella, pero nunca entró, quizá me tenía bloqueado. —Miró el techo unos segundos, suspiró y reanudó su relato—. Era cuestión de tiempo, entré a su página personal y lo primero que me encontré fue una foto de ellos abrazados. Subió la imagen el mismo día que estuve en su casa. La vi con atención, y había manchas de sangre en la camisa de mi amigo. Los muy cabrones se la tomaron en seguida de que me…
—Que poca —dijo Joaquín.
—Quise matarlos.
—Con mucha razón —agregó Joaquín.
—Pero, pues no. Digo, sí, se portaron peor que ratas, pero los quería mucho. Aunque tampoco soportaba más toda esa situación, fue cuando me corté las venas. Lo hice a la manera clásica: escribí una nota, le pedí perdón a mis papás, les desee lo mejor a mi ex y a Mauricio, rompí un espejo, agarré el pedazo más filoso, me senté en la cama, puse la mano… y me quedé ahí como diez horas. Te lo juro. Lo pensé una y otra vez y siempre llegaba a la conclusión de que eso era lo mejor, que si no lo hacía iba a sufrir toda mi vida, que iba a ser un pinche infierno, pero no lograba moverme. Hasta que empezó a amanecer. Yo seguía igual: chille y chille, con la punta del vidrio en la mera vena pero sin dañarla y así le hubiera seguido, hasta qué me caló la luz del sol. Que me muevo y sopas, que cortó sin querer. No, pues que agarro vuelo y me hago más grande la herida y después me cambié de mano. Lleno de alivio, cerré los ojos y me acosté a esperar. Pasaron horas, me mareé, me sentía muy extraño, pero no me moría. De repente vi que ya sangraba menos, que me hago otras dos cortadas, pero verticales. Por eso están en cruz. —Puso las muñecas frente a Joaquín para que las observara—. Me desmallé y cuando abrí los ojos estaba en el hospital. Ese preciso día, mis papás me abrieron la puerta del cuarto. No se habían parado ni a preguntarme si quería comer en una semana y ese día se meten a la fuerza.
—Otra señal. El señor no desea que te vayas. Todavía no te toca.
—Sí, esa misma tontería me decían todos y me la creí. Hasta empecé a frecuentar una iglesia cristiana. No te miento. Se me olvido mi sufrimiento, incluso sentí que era feliz de nuevo. Me lavaron el coco entre todos: mi familia, mis amigos, los loqueros y los hermanos. Terminé mi carrera, me conseguí un buen trabajo y hasta otra novia.
Todo muy chido, pero una tarde me llegó un correo electrónico. Era de mi ex. Me escribió para decirme que se iban a casar y que no quería que me perdiera ese momento tan importante para ella, que porque no se le olvidaba que gracias a mí había conocido al amor de su vida…
—Oye, pero eso es ya no tener madre. —Joaquín hizo una seña al mesero para que les llevaran otra botella de tequila.
— ¿Ves porqué digo que me odiaba? Enterarme de eso provocó que todos los sentimientos olvidados regresaran. Me salí de mi trabajo, le hablé a mi chava, le dije que me sentía un poco mal, que no iba a poder verla y me fui directo a casa, me encerré en mi habitación a llorar hasta quedarme dormido. Me desperté en la madrugada, eran las dos, me acuerdo bien. Me levanté al baño. Me lavé la cara y me vi en el espejo, más bien vi el espejo. Estuve a punto de darle un puñetazo para romperlo, pero me acordé que eso de cortarse las venas no es muy efectivo. Abrí el botiquín, para que veas que esa vez no lo pensé, no tuve que juntar valor ni planear nada, así; abrí el botiquín y me metí todo lo que encontré, aspirinas, pastillas para dormir, un jarabe para la tos. Agarre una pomada para el dolor muscular y también me la tragué. —Comenzó a reír tanto que no pudo seguir hablando. Ya más calmado, reanudó la charla—. Más me tardé en meterme todo eso que en vomitarlo. Quise repetir el numerito, pero ya no quedaba nada. Me di un regaderazo y regresé a mi cuarto. Volví a leer el mail, Era como la tercera vez que lo leía cuando me atacaron las nauseas, todo me dio vueltas, se me cerraron los ojos y otra vez me desperté en el hospital, tras tres días de estar dormido. Duré como dos semanas atontado. Era la segunda ocasión que fallaba ¿y sabes por qué? Mi mamá cenó chorizo. Nunca lo comía porque le hacía daño. Le salían unas ronchas horribles. Ah, pero ese día la señora tenía antojo y le importó un carajo su dichosa alergia. Despertó a mi papá en la madrugada, que la llevara al seguro, que ya se había intoxicado, y entonces vieron el relajo que yo dejé en el baño, corrieron a verme y llegaron minutos después de mi desmallo. Si se hubieran levantado a las siete de la mañana como cualquier otro día… No estaríamos aquí sentados, no yo por lo menos.
—Una señal…
—Otra vez con eso. Mira, si de verdad dios me tiene una misión, que me la mande decir y yo la realizo gustosamente, con tal de que deje que me suicide en paz. ¿Qué es eso de que uno ande adivinado?
Joaquín pensó en una decena de respuestas, pero prefirió sonreír y dejar que continuara, pues tenía una manera bastante amena de contar sus desgracias.
—Tengo razón ¿no? Por eso te has quedado callado.
—No, no es eso. Esperaba que me contaras que sucedió después —contestó Joaquín.
—En cuanto se me pasó la somnolencia por completo, tuve que volver al trabajo. Me di cuenta que mi jefe me trataba como apestado, no quería tener a un suicida en su empresa y comenzó a buscar la manera de correrme. Me asqueó tanto su actitud, que me dediqué al cien por ciento en echarle a perder su plan. Me aguantaba sus regaños, hacia todo lo que me ordenaba sin quejarme y me volví el empleado más eficiente, proponiendo ideas nuevas, trabajando hasta tarde y todas esas cosas. Me salió tan bien que no tuvo más remedio que ascenderme.
—Así es como se debe acabar con los que te quieren fregar. —intervino Joaquín.
—Sí. Lo mejor fue que me empeñé tanto en esa tarea, que no tuve tiempo para pensar en Mauricio y la zorra esa. Fueron dos años muy movidos. Aunque nada dura, sin el aliciente de evitar que me corrieran, me sentí vacio, eso me deprimió, de inmediato me acordé de ella y me deprimí todavía más. Las ganas de vivir no me habían vuelto, solo me mantuve lo suficientemente ocupado como para no recordarlo.
Supe que tarde o temprano lo volvería a intentar. Cuando estas realmente convencido de ya no querer vivir, nada te sacara esa idea de la cabeza y lo decides en un instante, y una vez que lo has hecho no vas a cambiar de opinión. Elegir cómo, te puede tomar otro instante, o unas horas, días, pero lo realmente difícil es reunir el valor de realizarlo.
—Si en verdad crees que ya nada vale la pena ¿Por qué resulta tan difícil? —La pregunta de Joaquín llevaba una doble intención. Quería jugar al sicólogo, hacerlo caer en alguna contradicción o encontrar un error en su teoría para usarla más tarde.
—No es fácil de explicar, quizá influye todo lo que te inculcaron de niño, desde la familia hasta la televisión, el subconsciente, etcétera. Matarte es lo que realmente quieres, pero algo te detiene. Pero si el deseo es real, luchas contra eso.
Me di cuenta que mamá entraba dos o tres veces a mi habitación en la noche. Lo que hacía era vigilarme, primero me veía a mí, luego miraba toda la habitación, cerraba la puerta y caminaba hasta el baño, seguramente a checar el botiquín. Si iba a quitarme la vida, mi casa no era un buen lugar.
Hablé con los viejos. Les dije que había llegado el momento de irme a vivir solo. Que no se preocuparan, los seguiría visitando, que ahí me tendrían cada domingo sin falta y que buscaría un lugar cerca para no perder el contacto, pero que necesitaba un poco más de espacio y saber que podía ser totalmente independiente. Mi papá se la creyó. Pero en los ojos de mi madre vi que sospechaba las razones reales. Renté un departamento en el cuarto piso de un edificio, me hice de muebles, lo arreglé a mi gusto y disfruté de él mientras esperaba el momento justo para “eso”. Fingí estar feliz y tranquilo hasta mi cumpleaños. Después de la fiesta que organicé, abrí la ventana, miré hacia abajo, respiré profundo y salté. Lanzarse del cuarto piso no te mata. A lo mejor si caes de cabeza, de espalda, pero no si es de pie. Te fracturas las rodillas, te haces añicos el tobillo derecho, el impacto te disloca la cadera, la mitad de la columna deberá ser sustituida, te fracturas medio cuerpo, pero no te mueres, y menos si en el momento justo de caer, una ambulancia está pasando y el hospital se encuentra a cien metros. ¿Puedes creerlo? No me di cuenta de ese detalle en todo el tiempo que viví ahí.
—No quisiste darte cuenta…
—Vaya, pensé que dirías otra vez lo de las señales divinas. Puede que tengas razón. Es lo que te decía, una fuerza interior te sabotea.
Siguieron tiempos muy duros, estuve inválido por un año. Atado a esa silla de ruedas, dependiendo por completo de los cuidados de mis padres, me amargaba más y más. Las terapias de rehabilitación eran terribles, pero me dolía ver a mi mamacita, se estaba sacrificando tanto por mí, que lo menos que podía hacer era darle gusto y caminar. La pobre se murió antes de verme hacerlo.
— ¡Oh! ¿Qué le pasó? —cuestionó Joaquín.
—Sus bodas de plata. Papá quería llevarla a cenar, ella no se atrevía a dejarme solo. Él la convenció de salir, pero dejaron a dos de mis tías en la casa, vigilándome. Los viejos nunca regresaron. Chocaron.
—Que terrible.
—No, al contrario. Murieron pronto, no sufrieron. Se amaban y se fueron juntos, ninguno tuvo que aguantar el abandono del otro, ni quedarse con la carga de cuidar a un hijo malagradecido que los dejó en la ruina por arrojarse de un edificio. Descubrí que se hallaban hasta el cuello de deudas, por mí. Vendí la casa, para pagar un poco. Viví con una de mis tías hasta que volví a caminar. En cuanto pudo se deshizo de mí. Me dio unos cuantos billetes y el carro. Con el dinero me compré un revólver y me dediqué a vagar por la ciudad.
— ¿Desde cuándo estas así?
—Creo que seis meses, no estoy seguro. La única cuenta exacta que tengo es la de mis intentos: cuatro. Cinco si contamos el de esta mañana.
— ¿El cuarto fue con el arma?
—Sí. Me puse el cañón en la sien y disparé, pero la bala solo me abrió la frente. Una herida muy fea, y dolía mucho, pero no me mataría. Pensé dejarla sin atención. Que se me infectara, pero dejarse morir así es imposible, terminé yendo a emergencias.
—Oye yo… en verdad quiero ayudarte, déjame llevarte a algún lugar donde personal con experiencia en estas cosas…
—Curiosamente —dijo, ignorando lo que Joaquín comentaba— al dispararme, me di cuenta que lo de Mauricio y mi ex, ya no me afectaba, que puedo superarlo, si me lo propongo de verdad, no como hasta ahora, fingiendo. Actualmente me parece tan estúpido quererse matar por una decepción amorosa.
— ¿Entonces por qué...
— ¿Por qué me iba a ahorcar? —interrumpió de nuevo a Joaquín—. Ya te había respondido. Estoy solo, soy un despojo de hombre. Las viejas me valen madre y los amigos también. Pero no quiero terminar siendo un vagabundo, pidiendo caridad en las calles y viviendo en un auto destartalado. Eso no es vida. Esta mañana fue la quinta vez que intenté irme de este mundo, pero la primera que lo hice por una buena razón.
—Esa es una necedad… como…
—Mira, te voy a liberar, Joaquín. Solamente hazme un último favor. De niño, mi papá me llevaba a acampar a un lugar no muy lejos, en auto se llega en una hora. Llévame, me dio nostalgia. Nos tomamos unas chelas ahí, nos regresamos y te olvidas de mí.

Mientras conducía, siguiendo las indicaciones de su copiloto, Joaquín se juraba que la próxima vez que viera que alguien estaba a punto de matarse, se limitaría a llamar una patrulla, nada de faltar al trabajo, servir de chofer o pagarle los tragos a un completo extraño.

—Da vuelta aquí —ordenó el suicida señalando un camino de terracería—. En veinte minutos llegamos, Joaquín. Te va a gustar, hay un lago, chiquito, rodeado de árboles. Es genial para quedarse a acampar. Pero no te preocupes, nos tomamos un par de chelas y nos vamos, me dejas cerca de tu trabajo para ir por mi carcacha y no me vuelves a ver.

Llegaron justo a tiempo para ver el ocaso. Frente a aquel espectáculo, Joaquín se sintió inspirado. Esa clase de cosas eran tan hermosas que no debía perdérselas nadie.
—Voy a apoyarte, te sacare de esto, ya verás —dijo abrazando al hombre como si fuera un amigo de toda la vida.
—Sí, tocayo, sé que lo harás. ¿Me prestas tu navaja?, quiero destapar otra botella.
— ¿Tocayo? —Joaquín le dio la navaja. —El destapador se atora un poco, jálalo con fuerza. Así que te llamas igual que... —Se dio cuenta de su error—. Yo te la destapo, dame eso —dijo sumamente agitado.
—No te preocupes, tocayo. No voy a cortarme. Si fuera a repetir uno de mis métodos fallidos, lo haría con esto. —Se sentó en el cofre del auto, dejo la navaja a un lado y de entre el pantalón, sacó una pequeña pistola.
— ¿Trajiste eso todo el tiempo?
—Sí, no quería que me la fueran a robar o… —Se quedó callado, mirando a Joaquín fijamente.
— ¿Qué te pasa?
—Joaquín mata a Joaquín. Si era una señal. ¡Aquí se muere Joaquín!
— ¿De qué hablas?
—Ten tocayo. —Puso el revólver en las manos de Joaquín—. Defiéndete —dijo mientras tomaba la cuchilla—. Defiéndete —gritó y le enterró el acero en el estomago.
— ¡Ahhh! ¿Qué diablos haces? —Joaquín retrocedió, viendo como su ropa y manos se llenaban de sangre—. ¡Hijo de puta, me la enterraste!
—Que te defiendas. —Nuevamente atacó a Joaquín, pero falló.
—Quédate ahí cabrón, o te disparo —dijo sujetando la pistola con ambas manos.
—Es lo que quiero. Mira, si no me matas, yo si te chingo a ti. —Se abalanzó sobre Joaquín.
Ambos gritaron tan fuerte que la detonación no se escuchó. Joaquín soltó el arma. Vio al individuo con quien compartía el nombre tirado en el suelo. Tenía la cara destrozada. La bala había impactado en la mejilla. A través de un enorme agujero se podían ver la sangre manando a chorros, los dientes y muelas quebrados y la falta de lengua.
— ¿Qué hice? ¿Qué hice? —Joaquín no podía apartarle la vista. El hombre seguía vivo, retorciéndose en el suelo—. Yo me largo. —Subió al auto y lo arrancó a toda velocidad.

El otro Joaquín yacía entre la hierba. Su plan, aunque apresurado, había dado resultado. Se le ocurrió todo en cuanto supo el nombre de quien cortara la soga. Contarle su historia era tan solo para crear cierta cercanía, comprometerlo con chantajes emocionales. Era una lástima que antes de irse no lo hubiera rematado, ahora tendría que quedarse ahí, esperando a que la vida le abandonara por completo. Temía mostrarse débil, incorporarse y buscar ayuda, por eso lo hizo llevarle hasta ese sitio. A pie, con sus dolencias y la herida en el rostro, no llegaría lejos, no había casas cerca, los celulares fallaban; era perfecto. Moriría lentamente, pero moriría al fin y al cabo. Tratando de olvidar su agonía, quiso entablar una conversación consigo mismo, le fue imposible hacerlo en voz alta. Con el disparo, la lengua se había desprendido y sentía la quijada fuera de lugar, el aire entraba a su garganta de manera violenta y le parecía haberse tragado todos sus dientes. Se conformó con pensar. Pensó en ese instinto de supervivencia que le estropeaba todos sus intentos, el mismo que hizo que un hombre que por la mañana le había salvado la vida, le disparara en el rostro para conservar la suya. Imbécil, ¿no podría haberle dado entre los ojos? El ruido de un motor le provocó escalofríos, alcanzó a distinguir la luz de unos faros. De poder, habría sonreído, seguro era Joaquín que regresaba a rematarle. Cuando vio a un viejo y un niño acercarse a él: de poder, habría fruncido el ceño.

—Abuelito, ¿qué le pasó? No tiene…
—Cállate Fermín. Este hombre necesita un doctor.

El anciano arrastró su a Joaquín hasta su camioneta, lo colocó en el asiento trasero y comenzó a hablarle:
—Tranquilo, hijo, te ves grave, la verdad, pero no voy a permitir que te mueras, no señor, dejare de llamarme Joaquín si eso pasa. Es cosa del destino, si no me hubiera perdido, no te encuentro —habló mientras ponía el motor en marcha—. No llores hijo, no llores, que no te vas a morir —dijo para consolarlo.

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