¡Take it off! ¡Take it off! ¡Take it off!, gritaban cientos de universitarios a una decena de chicas que, gustosas, se desprendían de sus blusas húmedas, se besaban y hacían caricias. Paco recordaba muy bien aquel programa de televisión que durante una semana transmitió los desmanes y el desenfreno sexual de aquellos jóvenes norteamericanos. Tenía catorce años cuando se hizo la promesa de viajar a Cancún algún día, para ser parte de todo aquello. Hasta entonces, se conformaría con parpadear lo más rápido posible para lograr ver aquello que censuraban en la pantalla esos molestos cuadritos.
—Ya no me grites, güey, al chile no fue mi culpa —dijo Beto, que a pesar de lo sucedido, no dejaba de beber.
—¡¿Cómo putas no?! ¡Tú la chingaste, cabrón! —gritó Hugo.
Cuatro años después, junto a sus dos amigos, Paco cumplió su sueño, mas no fue lo que esperaba. La cerveza, la droga y las mujeres desnudas se encontraban por todas partes, pero las estadounidenses sólo tenían sexo con sus compatriotas. Pensó que tendría que conformarse con haber logrado que las chicas lo besaran y le mostraran los pechos a cambio de algunos collares, con los bailes candentes en los antros y los concursos de camisetas mojadas.
Dos días antes de regresar, se encontró con esas gemelas. Se las arregló para alejarlas de su grupo y también de Hugo y Beto. Collares, cerveza y cocaína, fueron suficientes para llevarlas a su cuarto y tener sexo con ambas.
—La neta, ellas me cogieron. Pinches gabachas son cabronas —les presumió a sus amigos a la mañana siguiente.
—Vamos a dejarla aquí, de todas formas hoy nos tenemos que ir —sugirió Beto, entre eructos.
—¡No mames! —gritó Hugo.
—Sí, güey. Cuando se den cuenta los del hotel, nosotros ya vamos a estar en casa.
—¡Aja! y no se les va a ocurrir hablar a la Policía. Los puercos son pendejos ¿pero apoco crees que no se darán cuenta quien rentó el cuarto? Está a mi nombre, cabrón. Si la tira llega a mi casa, a huevo que les voy a decir que tú fuiste.
Al año siguiente les fue mejor: tres noches seguidas de sexo, una orgía, una amante del sado, y un travestí.
—Me cae que si parecía vieja —se justificaba Beto.
— ¿Y cuando se encueró?
—Pues... es que ya cachondo... aparte, andaba bien pedo.
—Ni madres, te gustan los jotos, hasta volteón has de haber pedido.
—Y pa’ acabarla ni era extranjero.
—Ta bien, búrlense, pero acuérdense que lo que pasa en Cancún, se queda en Cancún. —Con esa frase siempre terminaba cualquier discusión al respecto.
—La pinche vieja quería que le pegara, ¿no oíste que dijo que era masoquista? —arguyó Beto.
—No jodas, pinche vieja hablaba puro ingles, tú muy a huevo sabes español —contestó Hugo—. De perdida vamos a taparla.
Tomaron un par de sabanas y la envolvieron. Beto se tumbó en la cama, Hugo se sentó sobre una mesa de centro y Paco se quedó de pie, junto al lugar donde Pamela había caído.
—Que chinga le pusiste, Beto —dijo Hugo, luego de un rato.
—Cálmate —pidió Beto.
—Es que te pasas.
—Hugo... bien que quería, no hasta se agarró a gritar: amoooor, amooooor.
—No more.
—¿Qué?
—No more, gritaba: no more.
—¿ Y no es lo mismo?
—No. No quería.
—Pero si estaba riéndose.
—Más bien parecían convulsiones.
—Ahí está, Hugo, yo no la mate. Con tanta madre que se metió, le dio un pasón o una... una... ¿Cómo se llama eso que da por pistear un chingo, Paco?
—Congestión —contestó Hugo.
—Ándale, eso mero. No fue culpa mía.
—No te hagas pendejo, de todas formas tú le diste la coca y la chela.
—Pero... la ruca estiró la pata por el madrazo que se dio en la orilla de la cama y… fue un resbalón.
Se habían propuesto que ahora sí tendrían el mejor spring break de todos. Lograron que Pamela, una linda universitaria “se dejara echar montón”. La fiesta empezó desde que subieron al auto, aunque no para todos. Hugo manejaba, así que se conformó con ver por el retrovisor. Beto parecía no ser del agrado de la chica, ya que ella dedicaba sus besos y caricias únicamente a Paco.
—Güey, dile que también me la chupe a mí.
—¿Qué quieres que yo haga? Eso te pasa por ser el más piraña de los tres.
—Eh, pinche güera: suck my dick, ¿si se dice así, Hugo?
Ya en el cuarto, Pamela siguió ignorando a Beto.
—Pinche güera, con los tres, todavía te cabe la mía, abre la boca. Suck my dick. Pinche Hugo, quítate, ya sabes que a mí me gusta por atrás.
—Luego dices que no eres joto.
—No seas mamón, Paco. Es más, quítate tú, tú ya te la cogiste en el carro.
La joven y los dos chicos llegaron al orgasmo casi al mismo tiempo. Beto estaba furioso. Cuando sus amigos se hicieron a un lado, se acercó y comenzó a besar a Pamela.
—‘Ora sí, pa’ mí solito.
—¡No! I dont´t want to.
—¿Qué dice, Hugo?
—Que te esperes.
—¡Que no mame!
Pamela se resistía, y él perdió el control. Primero le dio una bofetada, después la jaló del pelo. Forcejearon y la chica cayó al suelo. Beto la pateó y no se detuvo a pesar de los gritos. Paco y Hugo trataron de calmarlo. La chica se levantó, Beto la hizo tropezar con un puntapié. Cayó de nuevo y se golpeó la cabeza. Fue entonces que la sangre y unos cuantos gritos más, acabaron con la diversión.
Pasaron unos minutos. Hugo volteó a ver el cadáver. Se levantó, se acercó y le descubrió el rostro.
—Es muy bonita. —Le acarició la mejilla.
—No mames, ¿te la quieres coger o qué?... Si sientes chido me dices, ya ves que no me dio chance.
—Pinche Beto, me cae que... No se le ven madrazos en la cara. Vamos a vestirla y la sacamos. Si preguntan que onda, decimos que anda bien peda. También hacemos las maletas, pago y nos vamos a la chingada.
—¿Qué hacemos luego con ella?
—No sé, echarla al mar, a un barranco, ya veremos.
—¿Tú que opinas, Paco? —Beto esperó la respuesta unos segundos, luego miró a Hugo—. No mames, sigue bien sacado de onda. Vamos a hacerlo nosotros.
En menos de una hora recogieron sus cosas y vistieron a Pamela. Revisaron cada rincón del cuarto cuidando no olvidar nada. Se hallaban listos para irse.
Paco seguía inmóvil.
—Paco, ya nos vamos. Ven, ayúdame a cargarla. En los hombros, como si anduviera borracha. Ándale, cabrón, ya no te hagas pendejo. —Beto sacudió a su amigo un par de veces. Paco asintió con la cabeza y siguió las instrucciones de los otros.
—Aquí párate güey, debajo de ese puente la echamos. Pero en chinga, antes de que nos vean.
Paco viajaba en la parte trasera del auto, le habían dicho que abrazara a Pamela y ahora no podían hacer que la soltara. Hugo se desesperó y le dio un puñetazo, Beto aprovechó para jalar el cuerpo.
—No mames, que pinche miedo. Lo bueno es que no nos vio nadie.
—Ya ni digas nada, siempre estás haciendo pendejadas y...
—Ya güey, ¿crees que no siento culero? —La voz de Beto se oía entrecortada.
Llevaban varias horas en la carretera. Hugo había roto en llanto en dos ocasiones. Se detuvieron tres veces para vomitar.
Paco observó por la ventanilla un anuncio en la carretera; estaban llegando a su ciudad. Se acercó a sus amigos, puso su mano izquierda en el hombro de Hugo y la derecha en el de Beto, respiró profundo, y por fin, con cierto alivio, habló:
—Morros, lo que pasa en Cancún, se queda en Cancún.
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