Esta pelicula, la vi hace un par de semanas en canal 11, como en su presentacion la anunciaron como una mezcla de cine erotico, de suspenso y aventuras, no me pude contener a verla (en realidad habria bastado lo de erotico) A todo eso, yo le agregaria un toque de cine de explotacion, pues mujeres presidiarias, son una minoria, ademas, verlas a todas paseandose con las bubis al aire por entre la selva y la playa es como si se sustituyera a los aborigenes ¿no?
Me gusta, porque muestra que todos tienen un lado oscuro, ahi no hay buenos, todos los que salen son unos hijos de la chingada, incluido el mentado Jimmy, que el hecho de no participar en una violacion no lo salva, pues al fin al cabo, solo se da la vuelta y los deja hacer lo que quieran.
No pienso dar mas detalles, busquenla y veanla.
En la pelicula aparece la Cecilia Toussaint, que es la unica que no enseña las tetas
TÍTULO ORIGINAL Mujeres salvajes
AÑO 1984
DURACIÓN 90 min. Sugerir trailer/vídeo
PAÍS
DIRECTOR Gabriel Retes
GUIÓN Gabriel Retes
MÚSICA Juan José Calatayud
FOTOGRAFÍA Francisco Bojorquez
REPARTO Tina Romero, Jorge Santoyo, Patricia Mayers, Abel Woolrich, Gonzalo Lora, Alejandro Tamayo, Vicky Vázquez, Isabel Quintana, Tomás Leal, Cecilia Toussaint
PRODUCTORA Cooperativa Río Mixcoac
GÉNERO Drama | Crimen
SINOPSIS Siete presidiarias se escapan de la cárcel para encontrar un tesoro cuya localización les ha sido revelada por una anciana moribunda. Al llegar a la playa señalada las mujeres ven obstaculizado su propósito por la presencia de unos de excursionistas. (FILMAFFINITY)
martes, 29 de junio de 2010
Cuentos Publicados
Voyt a ir alternando cuentos nuevos con los que me he publicado, que no son muchos, así que los que ya los leyeron por tercera o quinta vez, no teman aburrirse (mucho)
HIJO DE PUTA
I
Anselmo bajó la tapa del baño con el pie mientras amenazaba con el machete a su víctima. Después la obligó a arrodillarse y a colocar la cabeza en el excusado. El hombre estaba tan asustado que ni siquiera podía moverse. Anselmo levantó el arma y, de un solo golpe, lo decapitó. La cabeza rodó hasta la puerta del baño. El sicario abrió su maletín, guardó el arma y sacó dos bolsas. En una puso la cabeza; después se quitó el traje de plástico que llevaba puesto y lo colocó junto con un par de guantes de látex en la otra.
Cuarenta y cinco minutos después de haber entrado a aquella casa, Anselmo subía a su auto, satisfecho por otro trabajo bien hecho.
Con más alcohol que sangre en las venas y siendo diez mil dólares más rico, Anselmo llegó a su “guarida oficial”, como él la llamaba, dispuesto a dormir varias horas, pero en la entrada se encontró con una visita inesperada.
La última vez que ella se había atrevido a visitarlo, tenía cuatro meses de embarazo. Esta vez llevaba en brazos una criatura de tres semanas de edad.
Anselmo pasó de largo, fingiendo no haberla visto, pero olvidó cerrar la puerta. La chica entró detrás de él. Por alguna extraña razón decidió no volarle los sesos, como había prometido la última vez que se vieron; en vez de eso se sentó en el sillón y se dedicó a escucharla.
—¿No quieres verlo, al menos? Lo di a luz hace tres semanas, está muy sano y fuerte. —La chica calló, esperando alguna respuesta. Al ver que ésta no se daba agregó—: Mira, Anselmo, te guste o no, es tuyo; yo ya no puedo seguir con el estilo de vida que llevaba por el bien del bebé. Debes hacerte cargo.
—A ver, pendeja —Anselmo se detuvo, movía los labios como tratando de encontrar las palabras—… Eres una puta, antes de este escuincle abortaste decenas de veces… ¿Por qué chingados…? —Se giró y después de vomitar la mitad de lo que había cenado, continuó—: ¿Por qué chingados no hiciste lo mismo esta vez?
La madre rompió en llanto:
—No sé, te juro que no sé, quiero cambiar, Anselmo, quiero que cambiemos, te amo.
II
“Te amo”. Esa última frase era más de lo que podía soportar: se me fue la borrachera en cuanto la oí. La sangre me hervía de coraje. Me levanté, saqué el revólver y me acerqué, estaba dispuesto a matarla junto con su pequeño bastardo.
Le puse el cañón en la frente. Como pasa con todas las de su clase, no era la primera vez que estaba en peligro, pero aun así temblaba y el niño, que al parecer había estado dormido hasta entonces, comenzó a llorar.
A pesar de que ya tenía varios años en la profesión, nunca había estado frente a una madre y su hijo. El llanto del chamaco me sacó de concentración. Le pedí que lo callara.
—Creo que tiene hambre.
—¡Pues dale de tragar!
—Tengo que prepararle la fórmula, los doctores dicen que mi leche no sirve.
—¡A mí me vale madre, tu haz que se calle!
—Cárgalo, para que pueda hacerlo.
—¡Ni madres, ponlo por ahí, en el sillón o en el piso o donde sea!
—¡No seas güey, Anselmo, va a llorar más! Además, tu pinche casa esta bien puerca, se me va a enfermar…
—¡Pues entonces le meto un pinche balazo por el cu…!
La muy cabrona se aprovechó y me hizo cargarlo. Quién sabe por qué, pero en cuanto lo tuve el chiquillo cambió sus berridos por risas. Aún creo que se burlaba de mi cara de pendejo.
—Serías tan buen padre, Anselmo.
Por supuesto, ella y yo sabíamos bien que eso era mentira.
—Mira, Adriana, nomás porque me agarras pedo que si no… tus pinches tripas ya estarían en el caño y me habría puesto a jugar fútbol con la cosa ésta. Te doy cinco minutos para que te vayas. Te me largas a otra ciudad, la que tú quieras… y cuando te hayas instalado, me escribes y yo te mandaré dinero cada mes. Pero, escucha bien; nunca te me vuelvas a aparecer… porque te juro que entonces sí, borracho o no, te carga la chingada junto con tu hijo.
III
El último de sus trabajos no había salido tan bien. Por primera vez Anselmo había estado a punto de morir. Dos meses habían tenido que pasar para que su cuerpo sanara, y no por completo. Cuando por fin se pudo poner en pie, lo primero que hizo fue ir por su dinero. El hombre que lo había contratado se sorprendió de verlo, ya que lo creía bien enterrado. Aunque casi fallece, Anselmo había logrado cumplir con el encargo, así que se sentía con derecho a reclamar el dinero acordado, más un diez por ciento por los inconvenientes de los cuales no fue advertido. El hombre se negaba a entregarle lo suyo y Anselmo tuvo, no sin placer, que convencerlo a su manera.
La mutilación de los dedos meñique y anular, junto a la amenaza de sumergirle el rostro en una olla de aceite hirviendo, fueron suficientes para que el hombre aceptara pagar lo acordado, más un treinta por ciento.
Anselmo titubeó un segundo antes de subir, pero sabía que, por más extraño que pareciera, no descansaría si no lo hacía, así que abordó el autobús. Cinco minutos después el camión partió con rumbo a Tabasco, lugar adonde Anselmo enviaba dinero mes tras mes desde hacía cinco años.
IV
La causa de mi repentino sentimentalismo había sido mi primer encuentro con la muerte. De pronto me creí las patrañas que años atrás me había dicho una prostituta en mi guarida.
Durante cinco años le había mandado una muy buena pensión para evitar que se le ocurriera aparecerse en mi vida y, aunque haberle metido un par de plomazos hubiera sido más sencillo y económico, no me arrepentía de la decisión tomada.
No me costó trabajo dar con la casa: me sabía la dirección de memoria. Toqué y me abrió un niño.
—¿Tú eres Jorge? —le pregunté.
—Sí.
Lo miré un rato, intentando encontrarle algún parecido conmigo. Nunca me tragué del todo que fuera mío.
—¿Tú quién eres?
—¿Está tu madre?
—Jorgito, ¿quién es? —se escuchó a lo lejos. Reconocí esa voz de inmediato; era la de ella. Segundos después, lo comprobé.
—¿Qué haces aquí?
Noté tantas cosas en su mirada… Miedo, enojo, confusión.
—No te preocupes, sólo vine a verlos. —Traté de acariciarla, pero se echó hacia atrás.
—¿Quién es el señor, mami?
Oír aquella pregunta me hizo sentir algo a lo que aún no logro ponerle nombre.
—Soy Anselmo, tu padre.
El escuincle me miró raro, soltó una pequeña risa, recordé aquella vez que lo tuve entre mis brazos.
—Tú no eres mi papi, mi papi se llama Antonio y no está tan feo como tú.
Me puse furioso.
—¿Así que te encontraste a otro cabrón? ¿Cuándo pensabas decírmelo? ¡Pinche puta! Te he mantenido a ti y al bastardo éste por cinco pinches años. ¡Me viste cara de pendejo cinco pinches años!
Le di un golpe y le abrí el labio, me metí y cerré la puerta. Le agarré el pelo y le estrellé la cara en la pared; después, saqué mi pistola.
—Dime quién es ése pendejo.
—Te lo digo y con gusto —gritó—. Es el compadre del gobernador, soy su amante, y tú muy bien has de saber que está bien parado. No vas a poder tocarlo, ni a mí tampoco. ¡Pinche matón de mierda!
¿Matón? Yo no soy un simple matón; soy un sicario, soy el mejor en lo que hago y me agrada hacerlo. Que esa puta me dijera matón… Nunca se lo perdonaría.
—¡Hasta aquí llegaste, perra! —le dije, y estaba a punto de jalar el gatillo cuando sentí un cosquilleo en la pierna.
—¡Deja a mi mami, cabrón!
El bastardo no dejaba de patearme. Entre llantos me maldecía y me mordió. Por mero instinto lo pateé y cayó de espaldas golpeándose la cabeza.
—Déjalo, Anselmo, no le hagas nada, ¡es tu hijo!
—¡Ese bastardo no es mi hijo!
De nuevo y no sin asombrarme, el escuincle me pateaba; pude ver que se había descalabrado.
—¡No le hagas nada, déjala!
Una vez más lo empujé y una vez más se puso de pie y empezó a patearme y me mordió de nuevo. Ese bastardo tenía huevos y por un momento llegué a pensar que en verdad podía ser mi hijo. Estrellé la cara de Adriana contra la pared una última vez, me agaché, le di una bofetada al chamaco y le agarré las manos para evitar que me siguiera pegando.
—Mira, bastardo, nada más porque eres valiente y porque veo que amas a esta puta los voy a dejar vivos.
Por un momento me vi abrazándolo y diciéndole hijo, y no me agradó nada. Le di otra cachetada y salí de ahí.
V
Antonio Cisneros, conocido capo de Tabasco y compadre del gobernador, se encontraba en el restaurante “Los Arcos”, donde diariamente desayunaba. En la mesa, junto a él, estaban dos de sus guardaespaldas y otros dos cuidaban la entrada del lugar. Anselmo los observaba desde la azotea del edificio de enfrente. Después de un par de minutos, había ajustado la mira del subfusil y estaba listo para hacerlo. Aunque se sentía incómodo, ya que ese no era su modus operandi, aún no estaba preparado para un enfrentamiento más cercano; sus heridas todavía le daban algunos problemas.
—Si no estuvieras rodeado de guaruras, te sacaba los ojos con mis propias manos —susurró, y un segundo después jaló del gatillo.
El proyectil atravesó el cristal de la ventana y después el cráneo del narcotraficante. Para cuando sus hombres pudieron reaccionar y descubrir de dónde venía el ataque, el sicario ya se encontraba en el estacionamiento con el coche en marcha y pudo salir del edificio sin mayor problema.
En los periódicos se publicó que parecía ser un ajuste de cuentas y la prensa se atrevió a sacar a la luz el secreto a voces de los negocios sucios del compadre del político. Dos semanas más tarde, el gobernador se vio obligado a renunciar a su puesto.
Adriana se cambió de domicilio sin avisar a nadie; esperaba poder empezar de nuevo. Anselmo se enteró de su huida, pero creyó que lo mejor sería no saber nada más ni de ella ni del niño, por lo que decidió no buscarlos nunca.
VI
Anselmo aceptó el trabajo con gusto; disfrutaba el doble cuando su víctima era un traidor y un soplón.
—Mira, el infeliz ya se largó de la ciudad, pero mis hombres son unos ineptos y no tienen idea de dónde pueda estar. Sé que tú sí podrás hallarlo y matarlo. Para facilitarte la búsqueda, toma esta lista —el hombre le extendió una pequeña hoja de papel con una decena de nombres femeninos y direcciones—. Es un mujeriego, todas ésas son sus amantes conocidas; pienso que alguna de ellas debe saber algo.
Anselmo se guardó la lista en la cartera, se dio la vuelta y salió del local.
Había visitado ya a dos de las diez chicas, se había divertido golpeándolas y le encantó que la segunda se resistiera. Aún tenía presente la imagen de su rostro y sus gritos de dolor mientras la desollaba viva, pero no había obtenido nada importante todavía. Revisó la lista; la novena chica no vivía en la ciudad, pero tuvo una corazonada y decidió buscarla. Necesitó viajar varias horas por una peligrosa carretera para llegar a la casa de ella.
—Ésta debe ser muy especial como para que ese puto viajara hasta aquí cada semana —pensó, mientras vigilaba la casa.
Tras dos horas de espera, un auto se estacionó frente a la casa; los dos ocupantes bajaron. Anselmo no podía creer lo que estaba viendo.
—Vaya, que el mundo es pequeño. Es Adriana, no ha cambiado nada y supongo que ese muchachito ha de ser… Tiene como dieciséis años, no tenía idea de que hubiera pasado tanto tiempo.
VII
Hace mucho que llegaron. Sólo debo entrar a la fuerza, sacar el arma, hacer las preguntas y tal vez darle un balazo a cada uno después de eso. Puedo hacerlo, puedo matarlos el día que se me hinche. Lo hice con mi hermana, que no lo haga con estos que ni conozco. A huevo que puedo, lo sé bien, lo que no sé es que chingados estoy esperando.
La puerta se abre. ¿Quién sale? Es él, es muy alto, se ve que es fuerte. Seguro que con ese corte de pelo, tanto arete y tanto tatuaje, ha de asustar a todo mundo.
Cruzo la acera, me paro frente a él. Ahora que lo veo de cerca, me quedo sin palabras, no sé que decirle.
—¿Qué me ves, pendejo?
Normalmente cuando alguien usa ese tono conmigo termina con los huesos rotos, pero…
—No deberías hablarle así a tus mayores… y menos a mí.
—Yo puedo hablarle así a ti y a quien me dé la gana.
—¿Qué te hace ser tan fanfarrón?
—Le he partido la madre a cabrones más grandes y más feos que tú.
—Y dale con que soy feo.
El chico no me recuerda, fue hace tanto. Hubiera sido más fácil haber dejado que se alejara unas calles y después entrar a la casa, así esta conversación y esto que estoy sintiendo…
—¿Te vas a quitar o qué?
—Mí nombre es Anselmo y mí profesión, sicario. Deberías pensarlo dos veces antes de hablarme así.
—¿Anselmo? Ya me acordé de ti.
Mi nariz empieza a sangrar. Pega duro y es rápido, pero si no hubiera estado pensando pendejadas nunca me habría tocado.
Le arranco el piercing de la ceja y le regreso el puñetazo. Cae al suelo. Que aprenda ese bastardo que conmigo nadie se mete.
—Otra vez no, cabrón, ya no soy un niño; hora’ sí te va a cargar la chingada.
Se levanta, aparece una navaja en la mano, se me lanza, la esquivo fácilmente. Su técnica es mala. Saco mi revólver, ya basta de juegos.
—Mira, pendejo, te falta mucho para que puedas madrearme.
—¿Qué esperas para dispararme? Dispara, ¿no que muchos huevos?
Lo mismo me estoy preguntando yo.
—No vine a eso. Voy a entrar a tu casa a hacerle unas preguntas a tu mami y a darle una chinga, nomás pa’ recordar viejos tiempos. Pero si tú no te metes, no va a pasar de ahí. No quiero tener que matarlos. Así que vete a donde sea que te ibas y déjame hacer mi trabajo.
Me observa con bastante odio. No creo que sea tan pendejo como para hacer algo mientras le sigo apuntando. Me escupe la cara. Intento jalar el gatillo pero mi mano no responde. ¡Me lleva la chingada!
—Si te vas a meter a esa casa, mejor hazme un favor y mata a esa pinche puta y después date un balazo. Así me ahorras el trabajo de hacerlo yo.
Mi risa lo hace enojar. Cree que me burlo de él, pero no es así. Rio porque ahora sé que en verdad es hijo mío… y que el muy cabrón es más hijo de puta que yo.
Publicado en revista Granizo Lunar #2 en cronicas de la Forja, especial de segundo aniversario
Anselmo bajó la tapa del baño con el pie mientras amenazaba con el machete a su víctima. Después la obligó a arrodillarse y a colocar la cabeza en el excusado. El hombre estaba tan asustado que ni siquiera podía moverse. Anselmo levantó el arma y, de un solo golpe, lo decapitó. La cabeza rodó hasta la puerta del baño. El sicario abrió su maletín, guardó el arma y sacó dos bolsas. En una puso la cabeza; después se quitó el traje de plástico que llevaba puesto y lo colocó junto con un par de guantes de látex en la otra.
Cuarenta y cinco minutos después de haber entrado a aquella casa, Anselmo subía a su auto, satisfecho por otro trabajo bien hecho.
Con más alcohol que sangre en las venas y siendo diez mil dólares más rico, Anselmo llegó a su “guarida oficial”, como él la llamaba, dispuesto a dormir varias horas, pero en la entrada se encontró con una visita inesperada.
La última vez que ella se había atrevido a visitarlo, tenía cuatro meses de embarazo. Esta vez llevaba en brazos una criatura de tres semanas de edad.
Anselmo pasó de largo, fingiendo no haberla visto, pero olvidó cerrar la puerta. La chica entró detrás de él. Por alguna extraña razón decidió no volarle los sesos, como había prometido la última vez que se vieron; en vez de eso se sentó en el sillón y se dedicó a escucharla.
—¿No quieres verlo, al menos? Lo di a luz hace tres semanas, está muy sano y fuerte. —La chica calló, esperando alguna respuesta. Al ver que ésta no se daba agregó—: Mira, Anselmo, te guste o no, es tuyo; yo ya no puedo seguir con el estilo de vida que llevaba por el bien del bebé. Debes hacerte cargo.
—A ver, pendeja —Anselmo se detuvo, movía los labios como tratando de encontrar las palabras—… Eres una puta, antes de este escuincle abortaste decenas de veces… ¿Por qué chingados…? —Se giró y después de vomitar la mitad de lo que había cenado, continuó—: ¿Por qué chingados no hiciste lo mismo esta vez?
La madre rompió en llanto:
—No sé, te juro que no sé, quiero cambiar, Anselmo, quiero que cambiemos, te amo.
II
“Te amo”. Esa última frase era más de lo que podía soportar: se me fue la borrachera en cuanto la oí. La sangre me hervía de coraje. Me levanté, saqué el revólver y me acerqué, estaba dispuesto a matarla junto con su pequeño bastardo.
Le puse el cañón en la frente. Como pasa con todas las de su clase, no era la primera vez que estaba en peligro, pero aun así temblaba y el niño, que al parecer había estado dormido hasta entonces, comenzó a llorar.
A pesar de que ya tenía varios años en la profesión, nunca había estado frente a una madre y su hijo. El llanto del chamaco me sacó de concentración. Le pedí que lo callara.
—Creo que tiene hambre.
—¡Pues dale de tragar!
—Tengo que prepararle la fórmula, los doctores dicen que mi leche no sirve.
—¡A mí me vale madre, tu haz que se calle!
—Cárgalo, para que pueda hacerlo.
—¡Ni madres, ponlo por ahí, en el sillón o en el piso o donde sea!
—¡No seas güey, Anselmo, va a llorar más! Además, tu pinche casa esta bien puerca, se me va a enfermar…
—¡Pues entonces le meto un pinche balazo por el cu…!
La muy cabrona se aprovechó y me hizo cargarlo. Quién sabe por qué, pero en cuanto lo tuve el chiquillo cambió sus berridos por risas. Aún creo que se burlaba de mi cara de pendejo.
—Serías tan buen padre, Anselmo.
Por supuesto, ella y yo sabíamos bien que eso era mentira.
—Mira, Adriana, nomás porque me agarras pedo que si no… tus pinches tripas ya estarían en el caño y me habría puesto a jugar fútbol con la cosa ésta. Te doy cinco minutos para que te vayas. Te me largas a otra ciudad, la que tú quieras… y cuando te hayas instalado, me escribes y yo te mandaré dinero cada mes. Pero, escucha bien; nunca te me vuelvas a aparecer… porque te juro que entonces sí, borracho o no, te carga la chingada junto con tu hijo.
III
El último de sus trabajos no había salido tan bien. Por primera vez Anselmo había estado a punto de morir. Dos meses habían tenido que pasar para que su cuerpo sanara, y no por completo. Cuando por fin se pudo poner en pie, lo primero que hizo fue ir por su dinero. El hombre que lo había contratado se sorprendió de verlo, ya que lo creía bien enterrado. Aunque casi fallece, Anselmo había logrado cumplir con el encargo, así que se sentía con derecho a reclamar el dinero acordado, más un diez por ciento por los inconvenientes de los cuales no fue advertido. El hombre se negaba a entregarle lo suyo y Anselmo tuvo, no sin placer, que convencerlo a su manera.
La mutilación de los dedos meñique y anular, junto a la amenaza de sumergirle el rostro en una olla de aceite hirviendo, fueron suficientes para que el hombre aceptara pagar lo acordado, más un treinta por ciento.
Anselmo titubeó un segundo antes de subir, pero sabía que, por más extraño que pareciera, no descansaría si no lo hacía, así que abordó el autobús. Cinco minutos después el camión partió con rumbo a Tabasco, lugar adonde Anselmo enviaba dinero mes tras mes desde hacía cinco años.
IV
La causa de mi repentino sentimentalismo había sido mi primer encuentro con la muerte. De pronto me creí las patrañas que años atrás me había dicho una prostituta en mi guarida.
Durante cinco años le había mandado una muy buena pensión para evitar que se le ocurriera aparecerse en mi vida y, aunque haberle metido un par de plomazos hubiera sido más sencillo y económico, no me arrepentía de la decisión tomada.
No me costó trabajo dar con la casa: me sabía la dirección de memoria. Toqué y me abrió un niño.
—¿Tú eres Jorge? —le pregunté.
—Sí.
Lo miré un rato, intentando encontrarle algún parecido conmigo. Nunca me tragué del todo que fuera mío.
—¿Tú quién eres?
—¿Está tu madre?
—Jorgito, ¿quién es? —se escuchó a lo lejos. Reconocí esa voz de inmediato; era la de ella. Segundos después, lo comprobé.
—¿Qué haces aquí?
Noté tantas cosas en su mirada… Miedo, enojo, confusión.
—No te preocupes, sólo vine a verlos. —Traté de acariciarla, pero se echó hacia atrás.
—¿Quién es el señor, mami?
Oír aquella pregunta me hizo sentir algo a lo que aún no logro ponerle nombre.
—Soy Anselmo, tu padre.
El escuincle me miró raro, soltó una pequeña risa, recordé aquella vez que lo tuve entre mis brazos.
—Tú no eres mi papi, mi papi se llama Antonio y no está tan feo como tú.
Me puse furioso.
—¿Así que te encontraste a otro cabrón? ¿Cuándo pensabas decírmelo? ¡Pinche puta! Te he mantenido a ti y al bastardo éste por cinco pinches años. ¡Me viste cara de pendejo cinco pinches años!
Le di un golpe y le abrí el labio, me metí y cerré la puerta. Le agarré el pelo y le estrellé la cara en la pared; después, saqué mi pistola.
—Dime quién es ése pendejo.
—Te lo digo y con gusto —gritó—. Es el compadre del gobernador, soy su amante, y tú muy bien has de saber que está bien parado. No vas a poder tocarlo, ni a mí tampoco. ¡Pinche matón de mierda!
¿Matón? Yo no soy un simple matón; soy un sicario, soy el mejor en lo que hago y me agrada hacerlo. Que esa puta me dijera matón… Nunca se lo perdonaría.
—¡Hasta aquí llegaste, perra! —le dije, y estaba a punto de jalar el gatillo cuando sentí un cosquilleo en la pierna.
—¡Deja a mi mami, cabrón!
El bastardo no dejaba de patearme. Entre llantos me maldecía y me mordió. Por mero instinto lo pateé y cayó de espaldas golpeándose la cabeza.
—Déjalo, Anselmo, no le hagas nada, ¡es tu hijo!
—¡Ese bastardo no es mi hijo!
De nuevo y no sin asombrarme, el escuincle me pateaba; pude ver que se había descalabrado.
—¡No le hagas nada, déjala!
Una vez más lo empujé y una vez más se puso de pie y empezó a patearme y me mordió de nuevo. Ese bastardo tenía huevos y por un momento llegué a pensar que en verdad podía ser mi hijo. Estrellé la cara de Adriana contra la pared una última vez, me agaché, le di una bofetada al chamaco y le agarré las manos para evitar que me siguiera pegando.
—Mira, bastardo, nada más porque eres valiente y porque veo que amas a esta puta los voy a dejar vivos.
Por un momento me vi abrazándolo y diciéndole hijo, y no me agradó nada. Le di otra cachetada y salí de ahí.
V
Antonio Cisneros, conocido capo de Tabasco y compadre del gobernador, se encontraba en el restaurante “Los Arcos”, donde diariamente desayunaba. En la mesa, junto a él, estaban dos de sus guardaespaldas y otros dos cuidaban la entrada del lugar. Anselmo los observaba desde la azotea del edificio de enfrente. Después de un par de minutos, había ajustado la mira del subfusil y estaba listo para hacerlo. Aunque se sentía incómodo, ya que ese no era su modus operandi, aún no estaba preparado para un enfrentamiento más cercano; sus heridas todavía le daban algunos problemas.
—Si no estuvieras rodeado de guaruras, te sacaba los ojos con mis propias manos —susurró, y un segundo después jaló del gatillo.
El proyectil atravesó el cristal de la ventana y después el cráneo del narcotraficante. Para cuando sus hombres pudieron reaccionar y descubrir de dónde venía el ataque, el sicario ya se encontraba en el estacionamiento con el coche en marcha y pudo salir del edificio sin mayor problema.
En los periódicos se publicó que parecía ser un ajuste de cuentas y la prensa se atrevió a sacar a la luz el secreto a voces de los negocios sucios del compadre del político. Dos semanas más tarde, el gobernador se vio obligado a renunciar a su puesto.
Adriana se cambió de domicilio sin avisar a nadie; esperaba poder empezar de nuevo. Anselmo se enteró de su huida, pero creyó que lo mejor sería no saber nada más ni de ella ni del niño, por lo que decidió no buscarlos nunca.
VI
Anselmo aceptó el trabajo con gusto; disfrutaba el doble cuando su víctima era un traidor y un soplón.
—Mira, el infeliz ya se largó de la ciudad, pero mis hombres son unos ineptos y no tienen idea de dónde pueda estar. Sé que tú sí podrás hallarlo y matarlo. Para facilitarte la búsqueda, toma esta lista —el hombre le extendió una pequeña hoja de papel con una decena de nombres femeninos y direcciones—. Es un mujeriego, todas ésas son sus amantes conocidas; pienso que alguna de ellas debe saber algo.
Anselmo se guardó la lista en la cartera, se dio la vuelta y salió del local.
Había visitado ya a dos de las diez chicas, se había divertido golpeándolas y le encantó que la segunda se resistiera. Aún tenía presente la imagen de su rostro y sus gritos de dolor mientras la desollaba viva, pero no había obtenido nada importante todavía. Revisó la lista; la novena chica no vivía en la ciudad, pero tuvo una corazonada y decidió buscarla. Necesitó viajar varias horas por una peligrosa carretera para llegar a la casa de ella.
—Ésta debe ser muy especial como para que ese puto viajara hasta aquí cada semana —pensó, mientras vigilaba la casa.
Tras dos horas de espera, un auto se estacionó frente a la casa; los dos ocupantes bajaron. Anselmo no podía creer lo que estaba viendo.
—Vaya, que el mundo es pequeño. Es Adriana, no ha cambiado nada y supongo que ese muchachito ha de ser… Tiene como dieciséis años, no tenía idea de que hubiera pasado tanto tiempo.
VII
Hace mucho que llegaron. Sólo debo entrar a la fuerza, sacar el arma, hacer las preguntas y tal vez darle un balazo a cada uno después de eso. Puedo hacerlo, puedo matarlos el día que se me hinche. Lo hice con mi hermana, que no lo haga con estos que ni conozco. A huevo que puedo, lo sé bien, lo que no sé es que chingados estoy esperando.
La puerta se abre. ¿Quién sale? Es él, es muy alto, se ve que es fuerte. Seguro que con ese corte de pelo, tanto arete y tanto tatuaje, ha de asustar a todo mundo.
Cruzo la acera, me paro frente a él. Ahora que lo veo de cerca, me quedo sin palabras, no sé que decirle.
—¿Qué me ves, pendejo?
Normalmente cuando alguien usa ese tono conmigo termina con los huesos rotos, pero…
—No deberías hablarle así a tus mayores… y menos a mí.
—Yo puedo hablarle así a ti y a quien me dé la gana.
—¿Qué te hace ser tan fanfarrón?
—Le he partido la madre a cabrones más grandes y más feos que tú.
—Y dale con que soy feo.
El chico no me recuerda, fue hace tanto. Hubiera sido más fácil haber dejado que se alejara unas calles y después entrar a la casa, así esta conversación y esto que estoy sintiendo…
—¿Te vas a quitar o qué?
—Mí nombre es Anselmo y mí profesión, sicario. Deberías pensarlo dos veces antes de hablarme así.
—¿Anselmo? Ya me acordé de ti.
Mi nariz empieza a sangrar. Pega duro y es rápido, pero si no hubiera estado pensando pendejadas nunca me habría tocado.
Le arranco el piercing de la ceja y le regreso el puñetazo. Cae al suelo. Que aprenda ese bastardo que conmigo nadie se mete.
—Otra vez no, cabrón, ya no soy un niño; hora’ sí te va a cargar la chingada.
Se levanta, aparece una navaja en la mano, se me lanza, la esquivo fácilmente. Su técnica es mala. Saco mi revólver, ya basta de juegos.
—Mira, pendejo, te falta mucho para que puedas madrearme.
—¿Qué esperas para dispararme? Dispara, ¿no que muchos huevos?
Lo mismo me estoy preguntando yo.
—No vine a eso. Voy a entrar a tu casa a hacerle unas preguntas a tu mami y a darle una chinga, nomás pa’ recordar viejos tiempos. Pero si tú no te metes, no va a pasar de ahí. No quiero tener que matarlos. Así que vete a donde sea que te ibas y déjame hacer mi trabajo.
Me observa con bastante odio. No creo que sea tan pendejo como para hacer algo mientras le sigo apuntando. Me escupe la cara. Intento jalar el gatillo pero mi mano no responde. ¡Me lleva la chingada!
—Si te vas a meter a esa casa, mejor hazme un favor y mata a esa pinche puta y después date un balazo. Así me ahorras el trabajo de hacerlo yo.
Mi risa lo hace enojar. Cree que me burlo de él, pero no es así. Rio porque ahora sé que en verdad es hijo mío… y que el muy cabrón es más hijo de puta que yo.
Publicado en revista Granizo Lunar #2 en cronicas de la Forja, especial de segundo aniversario
Mexico es narco
Tengo un amigo, que cada que lo veo, me menciona que estamos peor que Colombia, que ejecutaron a no se cuantos aqui, a otros tantos alla, que san luis esta bien mal, que el pais esta bien mal, que si los zetas, que si la familia. Como es algo impresionable y se cree todo lo que ve, pensaba que exageraba en demasia al decir que estamos peor que Colombia, ahora creo que quiza no este tan errado
domingo, 27 de junio de 2010
Hasta la madre del mundial
No me gusta, pero ahora estoy mas harto que nunca, en el jale me obligan a verlo. Nada va a cambiar si acaso llegaran a ganar. Me encabronaque le laven la cabeza asi a la gente.
Chequense el video en la barra, ingratos, de Marilyn Menson
Chequense el video en la barra, ingratos, de Marilyn Menson
jueves, 24 de junio de 2010
Medieval Witchblade
martes, 15 de junio de 2010
SPRING BREAK
¡Take it off! ¡Take it off! ¡Take it off!, gritaban cientos de universitarios a una decena de chicas que, gustosas, se desprendían de sus blusas húmedas, se besaban y hacían caricias. Paco recordaba muy bien aquel programa de televisión que durante una semana transmitió los desmanes y el desenfreno sexual de aquellos jóvenes norteamericanos. Tenía catorce años cuando se hizo la promesa de viajar a Cancún algún día, para ser parte de todo aquello. Hasta entonces, se conformaría con parpadear lo más rápido posible para lograr ver aquello que censuraban en la pantalla esos molestos cuadritos.
—Ya no me grites, güey, al chile no fue mi culpa —dijo Beto, que a pesar de lo sucedido, no dejaba de beber.
—¡¿Cómo putas no?! ¡Tú la chingaste, cabrón! —gritó Hugo.
Cuatro años después, junto a sus dos amigos, Paco cumplió su sueño, mas no fue lo que esperaba. La cerveza, la droga y las mujeres desnudas se encontraban por todas partes, pero las estadounidenses sólo tenían sexo con sus compatriotas. Pensó que tendría que conformarse con haber logrado que las chicas lo besaran y le mostraran los pechos a cambio de algunos collares, con los bailes candentes en los antros y los concursos de camisetas mojadas.
Dos días antes de regresar, se encontró con esas gemelas. Se las arregló para alejarlas de su grupo y también de Hugo y Beto. Collares, cerveza y cocaína, fueron suficientes para llevarlas a su cuarto y tener sexo con ambas.
—La neta, ellas me cogieron. Pinches gabachas son cabronas —les presumió a sus amigos a la mañana siguiente.
—Vamos a dejarla aquí, de todas formas hoy nos tenemos que ir —sugirió Beto, entre eructos.
—¡No mames! —gritó Hugo.
—Sí, güey. Cuando se den cuenta los del hotel, nosotros ya vamos a estar en casa.
—¡Aja! y no se les va a ocurrir hablar a la Policía. Los puercos son pendejos ¿pero apoco crees que no se darán cuenta quien rentó el cuarto? Está a mi nombre, cabrón. Si la tira llega a mi casa, a huevo que les voy a decir que tú fuiste.
Al año siguiente les fue mejor: tres noches seguidas de sexo, una orgía, una amante del sado, y un travestí.
—Me cae que si parecía vieja —se justificaba Beto.
— ¿Y cuando se encueró?
—Pues... es que ya cachondo... aparte, andaba bien pedo.
—Ni madres, te gustan los jotos, hasta volteón has de haber pedido.
—Y pa’ acabarla ni era extranjero.
—Ta bien, búrlense, pero acuérdense que lo que pasa en Cancún, se queda en Cancún. —Con esa frase siempre terminaba cualquier discusión al respecto.
—La pinche vieja quería que le pegara, ¿no oíste que dijo que era masoquista? —arguyó Beto.
—No jodas, pinche vieja hablaba puro ingles, tú muy a huevo sabes español —contestó Hugo—. De perdida vamos a taparla.
Tomaron un par de sabanas y la envolvieron. Beto se tumbó en la cama, Hugo se sentó sobre una mesa de centro y Paco se quedó de pie, junto al lugar donde Pamela había caído.
—Que chinga le pusiste, Beto —dijo Hugo, luego de un rato.
—Cálmate —pidió Beto.
—Es que te pasas.
—Hugo... bien que quería, no hasta se agarró a gritar: amoooor, amooooor.
—No more.
—¿Qué?
—No more, gritaba: no more.
—¿ Y no es lo mismo?
—No. No quería.
—Pero si estaba riéndose.
—Más bien parecían convulsiones.
—Ahí está, Hugo, yo no la mate. Con tanta madre que se metió, le dio un pasón o una... una... ¿Cómo se llama eso que da por pistear un chingo, Paco?
—Congestión —contestó Hugo.
—Ándale, eso mero. No fue culpa mía.
—No te hagas pendejo, de todas formas tú le diste la coca y la chela.
—Pero... la ruca estiró la pata por el madrazo que se dio en la orilla de la cama y… fue un resbalón.
Se habían propuesto que ahora sí tendrían el mejor spring break de todos. Lograron que Pamela, una linda universitaria “se dejara echar montón”. La fiesta empezó desde que subieron al auto, aunque no para todos. Hugo manejaba, así que se conformó con ver por el retrovisor. Beto parecía no ser del agrado de la chica, ya que ella dedicaba sus besos y caricias únicamente a Paco.
—Güey, dile que también me la chupe a mí.
—¿Qué quieres que yo haga? Eso te pasa por ser el más piraña de los tres.
—Eh, pinche güera: suck my dick, ¿si se dice así, Hugo?
Ya en el cuarto, Pamela siguió ignorando a Beto.
—Pinche güera, con los tres, todavía te cabe la mía, abre la boca. Suck my dick. Pinche Hugo, quítate, ya sabes que a mí me gusta por atrás.
—Luego dices que no eres joto.
—No seas mamón, Paco. Es más, quítate tú, tú ya te la cogiste en el carro.
La joven y los dos chicos llegaron al orgasmo casi al mismo tiempo. Beto estaba furioso. Cuando sus amigos se hicieron a un lado, se acercó y comenzó a besar a Pamela.
—‘Ora sí, pa’ mí solito.
—¡No! I dont´t want to.
—¿Qué dice, Hugo?
—Que te esperes.
—¡Que no mame!
Pamela se resistía, y él perdió el control. Primero le dio una bofetada, después la jaló del pelo. Forcejearon y la chica cayó al suelo. Beto la pateó y no se detuvo a pesar de los gritos. Paco y Hugo trataron de calmarlo. La chica se levantó, Beto la hizo tropezar con un puntapié. Cayó de nuevo y se golpeó la cabeza. Fue entonces que la sangre y unos cuantos gritos más, acabaron con la diversión.
Pasaron unos minutos. Hugo volteó a ver el cadáver. Se levantó, se acercó y le descubrió el rostro.
—Es muy bonita. —Le acarició la mejilla.
—No mames, ¿te la quieres coger o qué?... Si sientes chido me dices, ya ves que no me dio chance.
—Pinche Beto, me cae que... No se le ven madrazos en la cara. Vamos a vestirla y la sacamos. Si preguntan que onda, decimos que anda bien peda. También hacemos las maletas, pago y nos vamos a la chingada.
—¿Qué hacemos luego con ella?
—No sé, echarla al mar, a un barranco, ya veremos.
—¿Tú que opinas, Paco? —Beto esperó la respuesta unos segundos, luego miró a Hugo—. No mames, sigue bien sacado de onda. Vamos a hacerlo nosotros.
En menos de una hora recogieron sus cosas y vistieron a Pamela. Revisaron cada rincón del cuarto cuidando no olvidar nada. Se hallaban listos para irse.
Paco seguía inmóvil.
—Paco, ya nos vamos. Ven, ayúdame a cargarla. En los hombros, como si anduviera borracha. Ándale, cabrón, ya no te hagas pendejo. —Beto sacudió a su amigo un par de veces. Paco asintió con la cabeza y siguió las instrucciones de los otros.
—Aquí párate güey, debajo de ese puente la echamos. Pero en chinga, antes de que nos vean.
Paco viajaba en la parte trasera del auto, le habían dicho que abrazara a Pamela y ahora no podían hacer que la soltara. Hugo se desesperó y le dio un puñetazo, Beto aprovechó para jalar el cuerpo.
—No mames, que pinche miedo. Lo bueno es que no nos vio nadie.
—Ya ni digas nada, siempre estás haciendo pendejadas y...
—Ya güey, ¿crees que no siento culero? —La voz de Beto se oía entrecortada.
Llevaban varias horas en la carretera. Hugo había roto en llanto en dos ocasiones. Se detuvieron tres veces para vomitar.
Paco observó por la ventanilla un anuncio en la carretera; estaban llegando a su ciudad. Se acercó a sus amigos, puso su mano izquierda en el hombro de Hugo y la derecha en el de Beto, respiró profundo, y por fin, con cierto alivio, habló:
—Morros, lo que pasa en Cancún, se queda en Cancún.
—Ya no me grites, güey, al chile no fue mi culpa —dijo Beto, que a pesar de lo sucedido, no dejaba de beber.
—¡¿Cómo putas no?! ¡Tú la chingaste, cabrón! —gritó Hugo.
Cuatro años después, junto a sus dos amigos, Paco cumplió su sueño, mas no fue lo que esperaba. La cerveza, la droga y las mujeres desnudas se encontraban por todas partes, pero las estadounidenses sólo tenían sexo con sus compatriotas. Pensó que tendría que conformarse con haber logrado que las chicas lo besaran y le mostraran los pechos a cambio de algunos collares, con los bailes candentes en los antros y los concursos de camisetas mojadas.
Dos días antes de regresar, se encontró con esas gemelas. Se las arregló para alejarlas de su grupo y también de Hugo y Beto. Collares, cerveza y cocaína, fueron suficientes para llevarlas a su cuarto y tener sexo con ambas.
—La neta, ellas me cogieron. Pinches gabachas son cabronas —les presumió a sus amigos a la mañana siguiente.
—Vamos a dejarla aquí, de todas formas hoy nos tenemos que ir —sugirió Beto, entre eructos.
—¡No mames! —gritó Hugo.
—Sí, güey. Cuando se den cuenta los del hotel, nosotros ya vamos a estar en casa.
—¡Aja! y no se les va a ocurrir hablar a la Policía. Los puercos son pendejos ¿pero apoco crees que no se darán cuenta quien rentó el cuarto? Está a mi nombre, cabrón. Si la tira llega a mi casa, a huevo que les voy a decir que tú fuiste.
Al año siguiente les fue mejor: tres noches seguidas de sexo, una orgía, una amante del sado, y un travestí.
—Me cae que si parecía vieja —se justificaba Beto.
— ¿Y cuando se encueró?
—Pues... es que ya cachondo... aparte, andaba bien pedo.
—Ni madres, te gustan los jotos, hasta volteón has de haber pedido.
—Y pa’ acabarla ni era extranjero.
—Ta bien, búrlense, pero acuérdense que lo que pasa en Cancún, se queda en Cancún. —Con esa frase siempre terminaba cualquier discusión al respecto.
—La pinche vieja quería que le pegara, ¿no oíste que dijo que era masoquista? —arguyó Beto.
—No jodas, pinche vieja hablaba puro ingles, tú muy a huevo sabes español —contestó Hugo—. De perdida vamos a taparla.
Tomaron un par de sabanas y la envolvieron. Beto se tumbó en la cama, Hugo se sentó sobre una mesa de centro y Paco se quedó de pie, junto al lugar donde Pamela había caído.
—Que chinga le pusiste, Beto —dijo Hugo, luego de un rato.
—Cálmate —pidió Beto.
—Es que te pasas.
—Hugo... bien que quería, no hasta se agarró a gritar: amoooor, amooooor.
—No more.
—¿Qué?
—No more, gritaba: no more.
—¿ Y no es lo mismo?
—No. No quería.
—Pero si estaba riéndose.
—Más bien parecían convulsiones.
—Ahí está, Hugo, yo no la mate. Con tanta madre que se metió, le dio un pasón o una... una... ¿Cómo se llama eso que da por pistear un chingo, Paco?
—Congestión —contestó Hugo.
—Ándale, eso mero. No fue culpa mía.
—No te hagas pendejo, de todas formas tú le diste la coca y la chela.
—Pero... la ruca estiró la pata por el madrazo que se dio en la orilla de la cama y… fue un resbalón.
Se habían propuesto que ahora sí tendrían el mejor spring break de todos. Lograron que Pamela, una linda universitaria “se dejara echar montón”. La fiesta empezó desde que subieron al auto, aunque no para todos. Hugo manejaba, así que se conformó con ver por el retrovisor. Beto parecía no ser del agrado de la chica, ya que ella dedicaba sus besos y caricias únicamente a Paco.
—Güey, dile que también me la chupe a mí.
—¿Qué quieres que yo haga? Eso te pasa por ser el más piraña de los tres.
—Eh, pinche güera: suck my dick, ¿si se dice así, Hugo?
Ya en el cuarto, Pamela siguió ignorando a Beto.
—Pinche güera, con los tres, todavía te cabe la mía, abre la boca. Suck my dick. Pinche Hugo, quítate, ya sabes que a mí me gusta por atrás.
—Luego dices que no eres joto.
—No seas mamón, Paco. Es más, quítate tú, tú ya te la cogiste en el carro.
La joven y los dos chicos llegaron al orgasmo casi al mismo tiempo. Beto estaba furioso. Cuando sus amigos se hicieron a un lado, se acercó y comenzó a besar a Pamela.
—‘Ora sí, pa’ mí solito.
—¡No! I dont´t want to.
—¿Qué dice, Hugo?
—Que te esperes.
—¡Que no mame!
Pamela se resistía, y él perdió el control. Primero le dio una bofetada, después la jaló del pelo. Forcejearon y la chica cayó al suelo. Beto la pateó y no se detuvo a pesar de los gritos. Paco y Hugo trataron de calmarlo. La chica se levantó, Beto la hizo tropezar con un puntapié. Cayó de nuevo y se golpeó la cabeza. Fue entonces que la sangre y unos cuantos gritos más, acabaron con la diversión.
Pasaron unos minutos. Hugo volteó a ver el cadáver. Se levantó, se acercó y le descubrió el rostro.
—Es muy bonita. —Le acarició la mejilla.
—No mames, ¿te la quieres coger o qué?... Si sientes chido me dices, ya ves que no me dio chance.
—Pinche Beto, me cae que... No se le ven madrazos en la cara. Vamos a vestirla y la sacamos. Si preguntan que onda, decimos que anda bien peda. También hacemos las maletas, pago y nos vamos a la chingada.
—¿Qué hacemos luego con ella?
—No sé, echarla al mar, a un barranco, ya veremos.
—¿Tú que opinas, Paco? —Beto esperó la respuesta unos segundos, luego miró a Hugo—. No mames, sigue bien sacado de onda. Vamos a hacerlo nosotros.
En menos de una hora recogieron sus cosas y vistieron a Pamela. Revisaron cada rincón del cuarto cuidando no olvidar nada. Se hallaban listos para irse.
Paco seguía inmóvil.
—Paco, ya nos vamos. Ven, ayúdame a cargarla. En los hombros, como si anduviera borracha. Ándale, cabrón, ya no te hagas pendejo. —Beto sacudió a su amigo un par de veces. Paco asintió con la cabeza y siguió las instrucciones de los otros.
—Aquí párate güey, debajo de ese puente la echamos. Pero en chinga, antes de que nos vean.
Paco viajaba en la parte trasera del auto, le habían dicho que abrazara a Pamela y ahora no podían hacer que la soltara. Hugo se desesperó y le dio un puñetazo, Beto aprovechó para jalar el cuerpo.
—No mames, que pinche miedo. Lo bueno es que no nos vio nadie.
—Ya ni digas nada, siempre estás haciendo pendejadas y...
—Ya güey, ¿crees que no siento culero? —La voz de Beto se oía entrecortada.
Llevaban varias horas en la carretera. Hugo había roto en llanto en dos ocasiones. Se detuvieron tres veces para vomitar.
Paco observó por la ventanilla un anuncio en la carretera; estaban llegando a su ciudad. Se acercó a sus amigos, puso su mano izquierda en el hombro de Hugo y la derecha en el de Beto, respiró profundo, y por fin, con cierto alivio, habló:
—Morros, lo que pasa en Cancún, se queda en Cancún.
Wolwerine
jueves, 10 de junio de 2010
Hydra
lunes, 7 de junio de 2010
COMO RATAS
Durante siglos fuimos objeto de culto para un gran porcentaje de la humanidad. Éramos los personajes más apasionantes de todos. A pesar de pertenecer a la ficción, miles de hombres habrían vendido su alma por estar enfrente a uno de nosotros, de sentir nuestro roce. Westert Herb era uno de ellos, pero a diferencia del resto, él tenía el intelecto y los recursos para lograr que sus anhelos se cumplieran. Dedicó toda su carrera, su vida entera al proyecto. Tras cincuenta años de trabajo, su sueño se vio cumplido. Creó una camada de verdaderos vampiros: humanoides con una fuerza tres veces mayor a la de la gente común, con la necesidad de alimentarse de la sangre de otros animales y, para ser fiel a los más épicos relatos, incapaces de soportar la luz solar.
A pesar de todo, Herb murió en la soledad y el olvido. Solo nosotros lo recordamos, maldiciéndolo por traernos a este mundo.
Aquí somos la presa. Los humanos tienen armaduras que les dan el poder para desmembrarnos si se les antoja, maquinas que delatan nuestra presencia en todo momento y armas que se consiguen en cualquier juguetería, cuyos efectos son diez veces más intensos que los del sol.
Comenzamos a agrupamos formando clanes, es una forma de protegernos un poco. Yo soy el líder de uno, mis hermanos me llamaron Vlad… pero no soy un guerrero. Mi único merito había sido evitar que alguno de los miembros muriera, hasta anoche.
Verona, la hembra más joven de la familia, salió junto con su cría en busca de alimento. Durante su recorrido, se toparon con un vagabundo solitario. Ella cometió el error de dejar que su hijo atacara y se alimentara primero. Tras apenas un par de segundos de haber mordido a su víctima, el pequeño comenzó a retorcerse. Sus miembros se pusieron rígidos y su vientre se hinchó hasta reventar. La madre ni siquiera tuvo tiempo de llorarle, un grupo de cazadores la rodeó. No estaban interesados en ella, sino en el cadáver. Casi se lo arrebatan, pero luchó con todas sus fuerzas, y logró llegar hasta aquí.
La mayoría están molestos, dicen que debió dejárselos, que comprometió la seguridad de la madriguera al traerlo. Verona se defiende diciendo que no permitiría que mancillaran su cuerpecito con sus asquerosos experimentos. Han preguntado mi opinión, no sé que decir. Evado el tema comentando que lo más importante es saber que le sucedió al vástago. Pero al instante las noticias me dan la respuesta: Jonathan Herb, un pariente lejano de Westert, logró crear una sustancia inofensiva para cualquier persona, pero que al mezclarse con la sangre humana se vuelve toxica para los vampiros, quienes al tener contacto con ella… terminan como el hijo de Verona. Miro a mis compañeros y más que miedo, veo indignación, piensan envenenarnos como si fuéramos ratas y todo lo que podemos hacer es escondernos… como ellas.
Un cuento nuevo, tengo otros mejores pero aun les falta revision, más adelante los colgare
A pesar de todo, Herb murió en la soledad y el olvido. Solo nosotros lo recordamos, maldiciéndolo por traernos a este mundo.
Aquí somos la presa. Los humanos tienen armaduras que les dan el poder para desmembrarnos si se les antoja, maquinas que delatan nuestra presencia en todo momento y armas que se consiguen en cualquier juguetería, cuyos efectos son diez veces más intensos que los del sol.
Comenzamos a agrupamos formando clanes, es una forma de protegernos un poco. Yo soy el líder de uno, mis hermanos me llamaron Vlad… pero no soy un guerrero. Mi único merito había sido evitar que alguno de los miembros muriera, hasta anoche.
Verona, la hembra más joven de la familia, salió junto con su cría en busca de alimento. Durante su recorrido, se toparon con un vagabundo solitario. Ella cometió el error de dejar que su hijo atacara y se alimentara primero. Tras apenas un par de segundos de haber mordido a su víctima, el pequeño comenzó a retorcerse. Sus miembros se pusieron rígidos y su vientre se hinchó hasta reventar. La madre ni siquiera tuvo tiempo de llorarle, un grupo de cazadores la rodeó. No estaban interesados en ella, sino en el cadáver. Casi se lo arrebatan, pero luchó con todas sus fuerzas, y logró llegar hasta aquí.
La mayoría están molestos, dicen que debió dejárselos, que comprometió la seguridad de la madriguera al traerlo. Verona se defiende diciendo que no permitiría que mancillaran su cuerpecito con sus asquerosos experimentos. Han preguntado mi opinión, no sé que decir. Evado el tema comentando que lo más importante es saber que le sucedió al vástago. Pero al instante las noticias me dan la respuesta: Jonathan Herb, un pariente lejano de Westert, logró crear una sustancia inofensiva para cualquier persona, pero que al mezclarse con la sangre humana se vuelve toxica para los vampiros, quienes al tener contacto con ella… terminan como el hijo de Verona. Miro a mis compañeros y más que miedo, veo indignación, piensan envenenarnos como si fuéramos ratas y todo lo que podemos hacer es escondernos… como ellas.
Un cuento nuevo, tengo otros mejores pero aun les falta revision, más adelante los colgare
jueves, 3 de junio de 2010
Wolwerine en moto
RIM
Este año, en cuanto a lectura de libros, voy un tanto lento, apenas terminé mi segunda novela.
La obra en cuestión, se llama RIM, de (nombre con el que se denomina a la realidad virtual en Japón, según el escritor al menos). Se trata de una historia de ciencia ficción, en mi opinión con un toque ciberpunk.
Existe una corporación que liderea el campo de la realidad virtual, el grupo Satori. Las cosas salen mal, y los usuarios se quedan atrapados en el lado virtual. Fran Gobi, una especie de investigador, padre de un niño que se encuentra atrapado, es contratado para ayudar a reparar los daños y así salvar, no solo a su hijo, sino miles más.
En la novela se mezclan, la tecnología con lo místico, meditación, chamanes, karma, y buen de cosas relacionadas con el poder de la mente.
El primer defecto que le veo, es el tienen casi todas las historias de CF, el autor, imaginó una tecnología muy lejana para un tiempo que no lo es tanto. Todo se desarrolla en el 2067, y aunque la novela fue escrita en 1994, me hubiera parecido poco creíble llegar al nivel de avance que se nos muestra, si esto se pasa por alto, la novela es entretenida, pero para nada un futuro clásico.
La obra en cuestión, se llama RIM, de (nombre con el que se denomina a la realidad virtual en Japón, según el escritor al menos). Se trata de una historia de ciencia ficción, en mi opinión con un toque ciberpunk.
Existe una corporación que liderea el campo de la realidad virtual, el grupo Satori. Las cosas salen mal, y los usuarios se quedan atrapados en el lado virtual. Fran Gobi, una especie de investigador, padre de un niño que se encuentra atrapado, es contratado para ayudar a reparar los daños y así salvar, no solo a su hijo, sino miles más.
En la novela se mezclan, la tecnología con lo místico, meditación, chamanes, karma, y buen de cosas relacionadas con el poder de la mente.
El primer defecto que le veo, es el tienen casi todas las historias de CF, el autor, imaginó una tecnología muy lejana para un tiempo que no lo es tanto. Todo se desarrolla en el 2067, y aunque la novela fue escrita en 1994, me hubiera parecido poco creíble llegar al nivel de avance que se nos muestra, si esto se pasa por alto, la novela es entretenida, pero para nada un futuro clásico.
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