sábado, 15 de noviembre de 2014

Farabeuf






En el 2008 tuve por primera vez la necesidad de conseguir un título en específico, se trataba de Farabeuf, del escritor mexicano Salvador Elizondo. Como no lo conseguí en ninguna librería, terminé comprándolo por internet. Recuerdo que mi interés en ese libro se debía al morbo que había despertado en mí un artículo de una revista dedicada al metal -a las que era muy afecto en aquella época- pues comenzaba con una introducción en la que se decía, palabras más, palabras menos, que me hablarían de una historia que me quitaría el sueño por varias noches y que hacía que películas como Guinea Pig parecieran cosas de niños. El resto del texto se ponía serio y hacía una reseña decente de la novela, pero a mí lo que me movía era eso de las mutilaciones y la fotografía del tormento chino llamado Leng Tche. Apenas tuve el libro en mis manos comencé a leerlo y pronto comprendí que todo iba más allá de la tortura física. Farabeuf me impresionó y después de haberlo leído dediqué un tiempo a buscar reseñas e información sobre el, que me pudiera esclarecer algunas cosas.  Ahora, al releerlo seis años después, lejos de parecerme más sencillo, lo sentí más críptico, pero también más bello. Las palabras, las imágenes construidas con ellas, son preciosas. Esta vez no necesité de ningún texto de apoyo para comprender Farabeuf, simplemente me dediqué  disfrutar de su lectura.

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