En el 2008 tuve por primera vez la necesidad de conseguir un
título en específico, se trataba de Farabeuf, del escritor mexicano Salvador
Elizondo. Como no lo conseguí en ninguna librería, terminé comprándolo por
internet. Recuerdo que mi interés en ese libro se debía al morbo que había
despertado en mí un artículo de una revista dedicada al metal -a las que era
muy afecto en aquella época- pues comenzaba con una introducción en la que se
decía, palabras más, palabras menos, que me hablarían de una historia que me
quitaría el sueño por varias noches y que hacía que películas como Guinea Pig parecieran
cosas de niños. El resto del texto se ponía serio y hacía una reseña decente de
la novela, pero a mí lo que me movía era eso de las mutilaciones y la
fotografía del tormento chino llamado Leng Tche. Apenas tuve el libro en mis
manos comencé a leerlo y pronto comprendí que todo iba más allá de la tortura
física. Farabeuf me impresionó y después de haberlo leído dediqué un tiempo a
buscar reseñas e información sobre el, que me pudiera esclarecer algunas
cosas. Ahora, al releerlo seis años
después, lejos de parecerme más sencillo, lo sentí más críptico, pero también
más bello. Las palabras, las imágenes construidas con ellas, son preciosas.
Esta vez no necesité de ningún texto de apoyo para comprender Farabeuf,
simplemente me dediqué disfrutar de su
lectura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario